La velada transcurrida a la luz anaranjada de un farolillo fue cálida, llena de conversaciones y de reencuentros. El mar te
trajo el sonido de las olas rompiendo contra la orilla. Sentiste toda la
calidez del verano hasta que, fatigado, te tumbaste en la cama sin ni siquiera despegar
la sábana para cubrirte.
Ninguna sombra oscureció tus pensamientos y todo fue
quizás un poco como antaño. Pero poco antes de despuntar el alba, cuando Júpiter
y Venus se encontraban a media altura sobre el horizonte, lo que en un
principio pareció brisa se convirtió en un viento agitado y prolongado que osó
mover las cortinas, acelerando tu corazón y haciendo que tus pies sintieran
frío.
Fue curioso percibir, en la plenitud del verano, las amenazas del otoño
cuando no el desasosiego que te provocarían los madrugones del invierno.
Incomodado, tuviste que adoptar la pose de un gimnasta y arquear tu cuerpo para
levantar la sábana que horas antes, despreocupadamente, habías dejado intacta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario