La experiencia viajera
tiene tres momentos esenciales: el primero cuando surge la
expectativa, el proyecto, el nombre de la ciudad o del lugar que se
quiere visitar. El segundo llega cuando esas especulaciones pasadas
afrontan la aventura real de recorrer los sitios antes tan solo
intuidos. Y el tercero es cuando se recuerda, el cual ya nada tendrá
que ver con los dos pasos precedentes.
Es por ello que me
recreo en el profundo invierno nórdico y pienso en el castillo de
Kronborg, en Elsinor, donde Shakespeare situó al dubitativo Hamlet.
Es ahora cuando frente a
las espaciosas estancias soplará el viento del norte y el mar
embravecido por la tormenta golpeará contra el muelle cercano, y los
relámpagos agrandaran las sombras en los salones reales.
Deambulando por aquellos
largos corredores o subido frente a la torre más alta, prometí
entonces, en la luminosa mañana de verano, que en mi templado
invierno tendría un recuerdo para el príncipe danés.
Y es justo que así sea
porque todos somos, a veces, un poco como él.
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