“La noche del 18 de
noviembre de 1999 (3h 8m hora oficial), basándose en la distribución de
partículas eyectadas hace 100 años por el cometa Tempel-Tuttle. Según
informaron varios observadores españoles, las Leónidas no decepcionaron en
absoluto y colmaron todas las expectativas que en ellas se tenían puestas. Un
máximo muy corto pero intenso se pudo observar desde Europa sobre las 2h de
Tiempo Universal. En aquellos momentos, una tasa por hora de miles de estrellas
fugaces cayeron del cielo.”
Esa noche yo estaba allí, con mi viejo renault 21, en un campo de naranjos al norte de Sagunto: corroboro completamente el informe que acabo de citar facilitado por Wikipedia. Hacía mucho frío pero nunca he vuelto a ver nada igual.
El sábado me dirigí
con un coche un poco más nuevo muy cerca de aquel lugar. Llegué al atardecer. Pude aparcar
al final de un camino flanqueado por cipreses. Una
lechuza se posó en un pretérito poste que sostuviera antaño los cables del
teléfono. Revoloteó un rato para situarse seguidamente más cerca de mí.
Finalmente, cuando la noche caía, desapareció. Ante los negros pero nítidos perfiles en
el horizonte del anochecer, quiso también una araña de considerable tamaño
columpiarse colgada de uno de los cipreses. A continuación merodeó un gato,
pero ya no supe de él. A lo lejos, muy bajas sobre el horizonte, las luces de
la ruidosa Valencia. Ciudad que, vista desde la distancia, se me representó
como a Sabina el Madrid de los ochenta: lugar donde siempre regresa el
fugitivo.
Hace un par de años
leí en un libro de música unas frases cuando menos curiosas: “En el interior de
la caja se encuentra el alma del violín... Tanto el alma como la barra armónica
cumplen dos funciones: ser soportes estructurales (el violín sufre mucha
tensión estructural) y transmitir mejor los sonidos dentro de la caja de
resonancia…”
En la plácida noche de otoño,
acompañado por la lechuza, el gato y la araña lo que buscaba quizás, mirando un
rato hacia el sureste, donde resplandecía Júpiter y otro hacia el noroeste,
donde ya declinaba Vega, era el alma de los cielos nocturnos que aquella remota
madrugada de noviembre vislumbré: los pobres mortales también padecemos, como
el violín, mucha tensión estructural.