La imagen de aquel
empleado le acudía como algo recurrente, quizás por el hecho de que de niños
hubieran jugado juntos y tuvieran cierto parecido físico. Siempre delante de
aquella máquina comprobando que el resultado fuera el correcto. Eternamente en su
puesto. Después de tanto tiempo transcurrido con algún saludo de cortesía y
breve conversación, lo tenía allí, delante de él: su conducta no estaba
contribuyendo al buen funcionamiento de las cosas. Se le iba a reducir la
jornada laboral si persistía en su actitud.
No hubo ni replica ni
enfados ni gritos. Lo vio vencido. Adulto y ajado por el tiempo y por la
circunstancias. De todos los papeles que le había tocado interpretar en la
vida, sin duda el más odioso era este. Pasó la segunda tarde del año sentado en
una mecedora, mirando hacia un horizonte que en otro tiempo anhelara.