viernes, 11 de noviembre de 2016

Rüya y Marianne

    ¿Puede realmente pedirte un libro que lo leas? Esa es la sensación que me queda cuando a principios de otoño no pude sino retirar suavemente de la estantería El libro negro de Pamuk, sostenerlo entre las manos, ponerme las gafas, sentarme en el sillón y empezar a deambular por las calles de Estambul, que tantas coincidencias sugiere con respecto a mi ciudad natal y que, una vez más, me plantea la cuestión de esta identidad europea que tan sumisamente hemos adquirido.
    El protagonista busca sin éxito durante toda la novela a Rüya, su amada prima que un día de la lejana adolescencia llegó desde el Magreb a Estambul y hace apenas unas horas se ha marchado de casa inesperadamente.
    Estambul y las luminosas islas del Egeo parecen confundirse ahora. Hace pocos días escuché a ese poeta, ajado por los años, que afirmaba que se encontraba dispuesto para la partida, para reunirse por fin con su musa, con esa imagen de la juventud tantas veces evocada.
    Quizás el libro me preparaba para la fría mañana de hoy en que, escuchando So long Marianne a bordo de un autobús que cruza el puente de Gálata, comprendiera que Rüya y Marianne son, en definitiva, la misma mujer.