miércoles, 29 de julio de 2020

Fortalezas


    Por fin he podido dejar atrás la ciudad en la que vivo y trabajo y, como siempre hago, he buscado el mar, otro mar, quizás más limpio y sobre todo, más lejano.
    En el recoleto paseo marítimo, al atardecer, sobre un fondo de palmeras simétricamente alineadas se dibujan cuatro mujeres musulmanas que cubren su cabeza con el hiyab y, tras ellas, en lontananza, la mole flotante del castillo de Peñíscola.
    Esta visión se hubiera quedado ahí, pero mi imaginación ya se había despertado un poco antes, cuando un hombre árabe, sentado en unas rocas frente a la playa, miraba hacia el mar: “igual que Odiseo en la isla de Calipso”; me repito una y otra vez mientras trato de no perder el hilo de la conversación que mantengo con mi acompañante.
    Así, me he sentido parte otra vez de esa comunidad de sentimientos que es el mar Mediterráneo, mucho más fuerte que mi pertenencia a la Europa continental, y por un instante, he creído estar ailleurs, en otro lugar, en otra parte, quizás en Alejandría, divisando la ciudadela de Qaitbay.