Saulo es ciudadano romano, pero conoce las sutilezas de la lengua griega, también del arameo. La barbarie institucionalizada campa a sus anchas en todo el territorio del Imperio; y su agudeza judía se rebela contra ella.
Si fue un ataque de epilepsia o no, lo que sufrió camino de Damasco, poco le importa a Paulo (pequeño, reducido) cuando en la noche siria, recuperada la visión, contempla de nuevo el cielo estrellado. Comprende entonces, hastiado de tanta masacre en el Coliseo, que las voces que oyó son un clamor popular y que él debe cambiar para que el mundo cambie.