domingo, 2 de febrero de 2014

Minuto de silencio en el estadio

    Desde lo alto de la grada de Orriols, en el estadio Ciutat de València, si uno alza la vista, detrás de la portería contraria, puede ver las torres de la fachada de san Miguel de los Reyes, doradas por el sol de la tarde y la cúpula azul, resplandeciente por encima de los campos de l’Horta Nord. 
    La reina Germana de Foix tuvo la idea de levantar ahí un monasterio para ser enterrada junto a su marido, el duque de Calabria. El aire, que viene desde el sur, no es frío y en el cielo, las nubes algodonadas hacen pensar en otra estación del año.
     Las banderas de los veinte equipos que componen la Liga ondean a media asta. Me hubiera gustado ser el operario que así las ha colocado, ocioso en una indolente tarde de sábado. A las dieciocho horas el árbitro pita con su silbato y todo el estadio se pone en pie. 
    Los jugadores de ambos equipos, insignificantes ante tanta belleza, cogidos por los hombros y cabizbajos en el círculo central, contrastan con los colores de sus camisetas sobre el verde césped.
     Delante de mí dos niños de unos siete años juegan a lanzarse palomitas y se pasan un enorme vaso de coca-cola, ajenos al silencio de la gente. Una hoz de luna creciente despunta sobre los edificios, y un poco más abajo, casi tocando las antenas, Mercurio, el mensajero de los dioses.
     Allá enfrente, la fachada barroca con el arcángel justiciero. La reina Germana de Foix y el duque de Calabria. Silencio.

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