Mi
último personaje es hijo del anterior. Una serie de casualidades quiso que de
repente me viera con él en la playa, acompañándole a ver si encontraba a
alguien con quien jugar a la pelota y así desfogarse un rato. Yo también me
hubiera desfogado, pero llegados a la edad adulta las vías de escape son más
sutiles y a veces, invisibles.
Encontró un adversario con quien empujarse,
disputar un balón, darse patadas y revolcarse por el suelo. Yo los contemplaba desde
la distancia. La tarde se había tornado gris y el mar hacía como que rompía
sobre la costa. Cuando hubieron acabado de rebozarse en la arena y las fuerzas
ya no les respondieron, él se quedó sentado mirando el mar. Viendo que pasaba
el tiempo y que era hora de devolverlo con sus padres me acerqué hasta él y le
pregunté: “¿piensas en algo?” “No. Solo miro el mar."
Cuando regresábamos
a casa, pensando yo que su madre me reñiría por el estado de suciedad de su hijo,
él me cogió de la mano.
Desde
aquel momento supe que escribiría este texto. Y aquí estoy, a las puertas de
noviembre, trascribiendo la promesa que le hice a aquella tarde.