martes, 2 de abril de 2019

La sábana

     Cansado y ajado por los años como estoy, he pedido a mi mujer que saque una sábana para ti. Está doblada en una silla a la entrada de casa, hoy que llueve sobre esta reseca tierra como antaño nevó sobre la Irlanda de Dublineses.
     Esa tela me arropó en su día, y en las noches de verano noté su tacto suave que ahora te acompañará en la eternidad, mi gran antagonista. Todo lo que tú no supiste realizar se quedó suspendido en el aire para que otro lo tomara y, si en aquel lejano tiempo de la juventud imaginé como Aquiles respecto a Héctor, que no todo te tendría que salir bien, que yo tendría una oportunidad, jamás atisbé un final así: ni tu mujer ni tus hijos irán a despedirte; ni siquiera ese cuñado, que en nombre de la moral siempre denunció a sus adversarios políticos, tendrá un postrero gesto de humanidad para ti.
     Guarda tranquilo la pulsera que alguien me pidió que retirara de tu muñeca, ni yo ni nadie perpetrará esa vileza: con ella podrás pagar al barquero que te conduzca al otro lado de la laguna.
     Esta gris claridad da un tono inesperado a la plegada sábana, que ahora contemplo, atónito. Mientras tanto, cae la lluvia “lánguidamente, sobre todos los vivos y los muertos.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario