domingo, 6 de septiembre de 2020

El norte de Castilla

    Agosto me sorprendió en Tierras de Medina, cruzando la autovía del noroeste, que vista desde un mirador es la perfecta metáfora de una invitación al viaje.
     Pasé por la puerta de una papelería y distinguí sobre la mesa de madera, de esa cuya textura recuerda al coro de una catedral, la lista de periódicos del día. Una blanca luz de plafón de techo caía sobre la vendedora que, distraída, ojeaba una revista.
     Fingí que no existía internet y que el valor de una cosa era el local, y así como cuando era adolescente y viajaba con mi familia a Andalucía y compraba el Ideal de Granada o el Sur de Málaga, accedía a un mundo y a unas gentes de las que ya no sabría nada cuando regresara a mi ciudad de origen.
      Preso de un arrebato, adquirí El Norte de Castilla, donde en su día escribiera Miguel Delibes.
     Me encaminé paseando hacia lo alto del Castillo de la Mota, y allí, a la sombra de un pino centenario, abrí el periódico y comencé su lectura. La tarde caía amarilla sobre los campos segados de trigo. Alguien a mi lado comentó que aquel paisaje le recordaba la escena de la película Mientras dure la guerra, en que Unamuno y su discípulo discuten sobre España a las afueras de Salamanca.

miércoles, 29 de julio de 2020

Fortalezas


    Por fin he podido dejar atrás la ciudad en la que vivo y trabajo y, como siempre hago, he buscado el mar, otro mar, quizás más limpio y sobre todo, más lejano.
    En el recoleto paseo marítimo, al atardecer, sobre un fondo de palmeras simétricamente alineadas se dibujan cuatro mujeres musulmanas que cubren su cabeza con el hiyab y, tras ellas, en lontananza, la mole flotante del castillo de Peñíscola.
    Esta visión se hubiera quedado ahí, pero mi imaginación ya se había despertado un poco antes, cuando un hombre árabe, sentado en unas rocas frente a la playa, miraba hacia el mar: “igual que Odiseo en la isla de Calipso”; me repito una y otra vez mientras trato de no perder el hilo de la conversación que mantengo con mi acompañante.
    Así, me he sentido parte otra vez de esa comunidad de sentimientos que es el mar Mediterráneo, mucho más fuerte que mi pertenencia a la Europa continental, y por un instante, he creído estar ailleurs, en otro lugar, en otra parte, quizás en Alejandría, divisando la ciudadela de Qaitbay.