miércoles, 28 de agosto de 2013

Emoción

       No sé si será bueno que me siga sorprendiendo por frases que otros ya conocían desde hace tiempo. Como dije para otra ocasión en que alguien recriminó mis dudas, tan sólo puedo responder: “será quizás un signo de juventud”.  
    Una mañana más escucho la radio, que es casi mi única fuente de información. Al igual que para los antiguos la transmisión oral es la que hace la leyenda, la que crea el mito y provoca que en el rostro del conductor atribulado despunte un gesto de sorpresa o de emoción. 
    Citaban a Sócrates, curiosamente no al filósofo, que hubiera sido lo normal, sino a un futbolista que se llamaba como el sabio griego. Aquel deportista que encantó a los niños en el verano del 82, afirmó mucho antes de morir: “No jugamos al fútbol para ganar, sino para que se acuerden de nosotros.”

 

 

lunes, 19 de agosto de 2013

Del latín iacere

Hay poses o actitudes del ser humano que han dejado huella en la historia del Arte: el pensador de Rodin o el paseante solitario de Rousseau. Es bien sabido que al yacente se le asocia con la figura del Cristo, pero el diccionario de la Real Academia de la Lengua también tiene un hueco para la persona que está echada o tendida.
El yacente es pues, entre otros muchos supuestos, aquel que se ha despertado y que no puede o no quiere levantarse o, por el contrario, el que se ha acostado y todavía no se ha dormido o está a punto de hacerlo. Dependiendo de la hora y de la estación, el que está tendido o echado contemplará un cielo azul a través de la ventana, si quiso reposar un poco después de haber comido. Si es antes del alba escuchará el tranvía lejano haciendo el primer recorrido para transportar a aquellos que madrugan más que él. Si el otoño llega cargado de tormentas, percibirá sin duda las gotas de lluvia estrellarse contra la persiana, golpeando como si llamaran desde el más allá.
Pero si el estado es de duermevela, la asociación de ideas que haga el yacente ya no será consciente, obedecerá a otro tipo de conexiones: así un tañer de campanas le llevará a una hora remota y a una ciudad distinta de la que ahora habita, siendo su sorpresa mayúscula cuando regrese al estado de consciencia y compruebe el fabuloso viaje que por unos minutos, o quizás segundos, ha realizado.

 

lunes, 5 de agosto de 2013

Viento siroco

     Contemplo el secarral bajo los efectos de un nespresso: what else? Pregunta aparentemente banal. Como a Cesare Pavese a las afueras de Turín, este universo tórrido y solar me remite al pensamiento (una vez más) de la nada, de la desesperanza. Me consuela recordar que hace dos semanas me hallaba en una pequeña playa de difícil acceso, rodeada de pinos, donde las olas rompían y, por un momento creí empuñar el viejo revólver de Meursault. Pero no, no estaba en la playa de Orán, ni había árabes con quien discutir.
     Días más tarde, el viento del sureste me atrapó en un faro cerca de Peñíscola. A lo lejos, la silueta del castillo reverberaba sobre el mar como un cuadro imposible y azul de Magritte. Quisiera desenmarañar, a la manera de Proust, qué significan todos estos símbolos que parecen estar diciéndome algo.
 What else? (Otra vez)
 Nada, solamente luz y calor.
           

domingo, 4 de agosto de 2013

Profano

Al igual que con un ser humano, sorprende descubrir el aspecto desconocido de una palabra: rasgos de una personalidad que nos habían pasado desapercibidos. Alguien que un día determinado nos sorprendió con una actitud jamás vista hasta ese momento. Y nos alegró o nos decepcionó. Es así que supe hace poco que la palabra profanum significó “el que está delante o permanece fuera del templo”. De fanum viene fanático y fanatismo.
Mientras tiendo la ropa en la terraza en esta amable mañana de marzo y una gaviota pasa sobre mi cabeza, me dejo llevar por su vuelo y por las sugerencias que la etimología ha hecho nacer en mí, intento permanecer delante del templo. Haber estado o haber sido (si se me permite la expresión), ante el templo de la Concordia cerca de la ciudad de Agrigento, por ejemplo. Esa es la magnífica pose a la que  aspiro, bajo un sol de verano, con los vencejos revoloteando por encima de las columnas medio derruidas, como símbolos de una clarividencia que quizás antaño nos abandonó pero que sin duda ha de volver.