lunes, 19 de agosto de 2013

Del latín iacere

Hay poses o actitudes del ser humano que han dejado huella en la historia del Arte: el pensador de Rodin o el paseante solitario de Rousseau. Es bien sabido que al yacente se le asocia con la figura del Cristo, pero el diccionario de la Real Academia de la Lengua también tiene un hueco para la persona que está echada o tendida.
El yacente es pues, entre otros muchos supuestos, aquel que se ha despertado y que no puede o no quiere levantarse o, por el contrario, el que se ha acostado y todavía no se ha dormido o está a punto de hacerlo. Dependiendo de la hora y de la estación, el que está tendido o echado contemplará un cielo azul a través de la ventana, si quiso reposar un poco después de haber comido. Si es antes del alba escuchará el tranvía lejano haciendo el primer recorrido para transportar a aquellos que madrugan más que él. Si el otoño llega cargado de tormentas, percibirá sin duda las gotas de lluvia estrellarse contra la persiana, golpeando como si llamaran desde el más allá.
Pero si el estado es de duermevela, la asociación de ideas que haga el yacente ya no será consciente, obedecerá a otro tipo de conexiones: así un tañer de campanas le llevará a una hora remota y a una ciudad distinta de la que ahora habita, siendo su sorpresa mayúscula cuando regrese al estado de consciencia y compruebe el fabuloso viaje que por unos minutos, o quizás segundos, ha realizado.

 

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