Hay poses o actitudes del ser humano que han dejado huella en la
historia del Arte: el pensador de Rodin o el paseante solitario de Rousseau. Es
bien sabido que al yacente se le asocia con la figura del Cristo, pero el
diccionario de la Real Academia de la Lengua también tiene un hueco para la
persona que está echada o tendida.
El yacente es pues, entre otros muchos supuestos, aquel que se
ha despertado y que no puede o no quiere levantarse o, por el contrario, el que
se ha acostado y todavía no se ha dormido o está a punto de hacerlo.
Dependiendo de la hora y de la estación, el que está tendido o echado
contemplará un cielo azul a través de la ventana, si quiso reposar un poco
después de haber comido. Si es antes del alba escuchará el tranvía lejano
haciendo el primer recorrido para transportar a aquellos que madrugan más que
él. Si el otoño llega cargado de tormentas, percibirá sin duda las gotas de
lluvia estrellarse contra la persiana, golpeando como si llamaran desde el más
allá.
Pero si el estado es de duermevela, la asociación de ideas que
haga el yacente ya no será consciente, obedecerá a otro tipo de conexiones: así
un tañer de campanas le llevará a una hora remota y a una ciudad distinta de la
que ahora habita, siendo su sorpresa mayúscula cuando regrese al estado de
consciencia y compruebe el fabuloso viaje que por unos minutos, o quizás
segundos, ha realizado.
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