Al
igual que con un ser humano, sorprende descubrir el aspecto desconocido de una palabra: rasgos de una
personalidad que nos habían pasado desapercibidos. Alguien que un día
determinado nos sorprendió con una actitud jamás vista hasta ese momento. Y nos
alegró o nos decepcionó. Es así que supe hace poco que la palabra profanum
significó “el que está delante o permanece fuera del templo”. De fanum viene
fanático y fanatismo.
Mientras
tiendo la ropa en la terraza en esta amable mañana de marzo y una gaviota pasa
sobre mi cabeza, me dejo llevar por su vuelo y por las sugerencias que la
etimología ha hecho nacer en mí, intento permanecer delante del templo. Haber
estado o haber sido (si se me permite la expresión), ante el templo de la Concordia cerca de la
ciudad de Agrigento, por ejemplo. Esa es la magnífica pose a la que aspiro, bajo un sol de verano, con los
vencejos revoloteando por encima de las columnas medio derruidas, como símbolos
de una clarividencia que quizás antaño nos abandonó pero que sin duda ha de
volver.
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