miércoles, 9 de octubre de 2013

El alma del violín

              Para Sheila

“La noche del 18 de noviembre de 1999 (3h 8m hora oficial), basándose en la distribución de partículas eyectadas hace 100 años por el cometa Tempel-Tuttle. Según informaron varios observadores españoles, las Leónidas no decepcionaron en absoluto y colmaron todas las expectativas que en ellas se tenían puestas. Un máximo muy corto pero intenso se pudo observar desde Europa sobre las 2h de Tiempo Universal. En aquellos momentos, una tasa por hora de miles de estrellas fugaces cayeron del cielo.”

           Esa noche yo estaba allí, con mi viejo renault 21, en un campo de naranjos al norte de Sagunto: corroboro completamente el informe que acabo de citar facilitado por Wikipedia. Hacía mucho frío pero nunca he vuelto a ver nada igual.
 El sábado me dirigí con un coche un poco más nuevo muy cerca de aquel lugar. Llegué al atardecer. Pude aparcar al final de un camino flanqueado por cipreses. Una lechuza se posó en un pretérito poste que sostuviera antaño los cables del teléfono. Revoloteó un rato para situarse seguidamente más cerca de mí. Finalmente, cuando la noche caía, desapareció. Ante los negros pero nítidos perfiles en el horizonte del anochecer, quiso también una araña de considerable tamaño columpiarse colgada de uno de los cipreses. A continuación merodeó un gato, pero ya no supe de él. A lo lejos, muy bajas sobre el horizonte, las luces de la ruidosa Valencia. Ciudad que, vista desde la distancia, se me representó como a Sabina el Madrid de los ochenta: lugar donde siempre regresa el fugitivo.
Hace un par de años leí en un libro de música unas frases cuando menos curiosas: “En el interior de la caja se encuentra el alma del violín... Tanto el alma como la barra armónica cumplen dos funciones: ser soportes estructurales (el violín sufre mucha tensión estructural) y transmitir mejor los sonidos dentro de la caja de resonancia…”
           En la plácida noche de otoño, acompañado por la lechuza, el gato y la araña lo que buscaba quizás, mirando un rato hacia el sureste, donde resplandecía Júpiter y otro hacia el noroeste, donde ya declinaba Vega, era el alma de los cielos nocturnos que aquella remota madrugada de noviembre vislumbré: los pobres mortales también padecemos, como el violín, mucha tensión estructural.
 

6 comentarios:

  1. Precioso relato, con tu permiso lo recomiendo. Un abrazo.

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  2. He llegado aquí gracias a la recomendación que Amparo ha hecho en el facebook. Un estilo muy bonito de escritura. Seguiré viniendo. Saludos

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  3. ¡Un escrito fantástico! Parece que Amparo ha hecho una gran labor de difusión en la que, además, los que llegamos no nos sentimos defraudados. Enhorabuena. Nos seguiremos viendo...

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