Miro
a los que me rodean hablar por teléfono sin cesar, a la vecina que todas las
mañanas me cruzo cuando voy al trabajo y que pasea a sus perros mientras habla
a través del móvil. Otros en la parada de autobús, otros que parecen hablar solos
pero en realidad llevan los auriculares puestos.
Yo
quizás me quedé en la época en que se pagaba por cada llamada y no me hago a la
idea de que ahora sea prácticamente gratis hablar por teléfono, porque por lo
que te cobran por otros conceptos incluyen lo que se conoce por llamadas de voz.
Y
es así que solo hablo una vez por semana con mi familia, que no vive en la
misma ciudad que yo. Conservo la tradición del domingo, de cuando era
estudiante y hacía cola para llamar desde una cabina e iba preparando las
monedas desde que el viernes me daban el cambio en el supermercado, o de cuando
vivía en Francia y tenía que cronometrar cinco minutos.
Hoy
que la distancia parece no existir, a mí se me ha grabado como una canción que
escuchas por primera vez en un sitio o en una situación y luego, cuando pasados
los años la vuelves a escuchar, quedará de forma perpetua asociada a ese remoto
instante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario