"El
sol que reinó sobre mi infancia me privó de todo resentimiento".
Albert
Camus
Es
bonito regresar después de mucho tiempo, cuando ni siquiera el perro
del anciano te reconoce. Moverte por las viejas calles como un
extranjero, libre de cualquier mirada que te pudiera relacionar con
el lugar en que naciste.
En
aquel destartalado pueblo junto al mar era difícil conseguir ese
libro por el que sentías curiosidad, quizás escuchado en algún
programa de radio o aconsejado por un profesor. La librera era una
mujer desaliñada que apuntaba de mala gana las referencias; y el
encargo, o no llegaba nunca, o tardaba tanto en llegar que cuando lo
tenías entre tus manos ya habías perdido el enamoramiento del
primer anhelo.
Cada
vez que en los últimos tiempos visito ese pueblo arrasado por el
cemento al que alguien robó la belleza y algo más, me emociona
entrar en la suntuosa librería que una franquicia de ámbito
nacional ha instalado. Dependientes con uniforme informal, suelo
enmoquetado, luz tenue y cálida en cada estantería dividida por
temas. Me asombra ver tan cerca de donde habitaba aquella desaliñada
mujer, libros de la cuidada editorial El Acantilado, toda la nueva y
colorida colección de bolsillo de Alianza Editorial, la solemnidad
del negro de Cátedra, las novedades de Alfaguara... En el apartado de
papelería, libretas para tomar notas con motivos árabes.
La
imaginación se toma la revancha y pienso en la edad que tendría si
no tuviera los años que realmente tengo y no hubiera visto las cosas
que he visto. Es entonces cuando me veo otra vez como estudiante de
instituto y puedo elegir el libro que me da la gana sin darle
explicaciones a nadie. Recorro maravillado los estantes y anoto en
esa preciosa libreta todas las novelas o poesías que leeré en esas
fantásticas noches de verano, en esa especie de buhardilla que daba a
una terraza desde la que se veían todas las estrellas.
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