Debido al clima tropical
que nos asola no recordaba cuándo fue la última vez que me puse
una camisa, supongo que allá por el mes de abril. Han pasado seis
meses. Esta semana ha llovido y ha refrescado y en el aula hemos
tenido que cerrar las ventanas.
La clase de la que voy a
hablaros transcurrió con sus normales altibajos, hasta que casi al
final propuse una redacción. Traje unos diccionarios. De repente, el
silencio. Los alumnos se pusieron inmediatamente a buscar las
palabras que les faltaban para completar una frase o argumentar una
idea.
Me conmovió el hecho de
verlos asomados a un libro impreso, no a una pantallita tenuemente
iluminada tecleando cualquier estupidez. Pasaban las páginas
interesados. Fue un gesto mínimo pero revelador. Tras la ventana
llovía y el cielo estaba gris. Me pareció que vivíamos en otro
país, o quizás en otra época y me acordé de las frases del
filósofo que afirma que quienes nos sucedan no sabrán salir de un
apuro porque se perderán en el bosque al que iban sus antepasados.
Habrán olvidado también las oraciones que les enseñaron y no
tendrán la menor idea de encender el fuego purificador.
Todavía hay esperanza.
Mientras escribo estas líneas con bolígrafo sobre una hoja en
blanco antes de pasarlas al ordenador, los veo afanados y pienso que
quizás sí sepan.
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