viernes, 23 de mayo de 2014

Viaje a Sicilia (Teatro Massimo, y 3)

     Solo quedaban visitas en francés. La guía me dijo que me podía ir tranquilamente al aseo, que me esperaría; pero valorando los antecedentes habidos en la isla decidí darme prisa. Cuando regresé de los aseos ya no había nadie en el hall, así que subí las enormes escalinatas del Teatro Massimo y encontré al grupo en el vestíbulo del primer piso.
     Y otra vez, sin quererlo, el Príncipe di Salina acompañó mis pensamientos: esta vez fue la escena del baile, en que Don Fabrizio estrecha a Concetta ante la celosa mirada de su sobrino Tancredi.
     Cuando llegamos al palco real, la guía nos contó que casi siempre quedaba vacío, pues no se podían alquilar localidades sueltas, había que reservarlo entero y su precio era tres mil euros.
     Regresé caminando al hotel y la Via Vittorio Emanuele estaba colapsada por un tráfico que, a simple vista, parecía inútil; tan inútil como nos resulta todo lo que vemos desde fuera y no nos toca ni nos afecta.
     En Londres, probablemente, hubieran alquilado ese palco por minutos. Pero en Palermo, vida, tiempo y belleza se derrochan como si sobrara de todo ello y una visión distinta del mundo cala en el viajero cuando, desde la mesa de trabajo frente a la que siempre acaba sentado, contempla admirado todo lo que ha dejado atrás.

viernes, 16 de mayo de 2014

Viaje a Sicilia (Trapani, 2)

      A lo lejos, suspendida entre las nubes, la mole de Erice; prácticamente invisible en las alturas. El mar de Trapani daba al norte. A mediodía, cuando llegué a la fortaleza sobre el Tirreno desde la que se divisaba la ciudad, tuve la sensación de que el viaje había llegado al ecuador. Ese sería el punto más occidental de la isla que había de tocar, desde allí ya sólo quedaba un lento regreso a Palermo, y después, a casa.
      Comí frente a la catedral de san Lorenzo, de fachada barroca, orgullosa de ser del sur. Después de haber sopesado el menú de carne o de pescado, me incliné por el primero. 
    Mientras esperaba el segundo plato y saboreaba la cerveza artesanal que me habían servido, casi noté la presencia física del mar, sentado detrás de mí. El aire fresco, o más bien frío, me obligó a ponerme una chaqueta. Pregunté a la camarera que cómo era posible que todos los monumentos estuvieran cerrados, especialmente la catedral. Respondió que solo la abrían para la misa, como si no hubiera más motivos para entrar en ella que el culto religioso. 
    El reloj de un hermoso edificio marcaba las dos menos veinte y el mar seguía allí, a mis espaldas, abismal y azul. Así era la primavera en Sicilia, tanto tiempo anhelada.

 

jueves, 8 de mayo de 2014

Viaje a Sicilia (De Palermo a Trapani, 1)

     Cualquier capital europea dispone de una red de cercanías que la hace accesible en unos cien kilómetros a la redonda. Cuanto más rápido hagamos las cosas, más tareas podremos realizar. Este parece ser el signo de los tiempos.
       El último sábado de abril probé a ir en tren desde Palermo a Trapani. Después de haberme mandado de una ventanilla a otra, un uniformado empleado delle ferrovie italiane me imprimió amablemente los horarios entre ambas ciudades: "¡tres horas y cuarenta y cinco minutos para recorrer cien kilómetros!", exclamé extrañado cuando me señaló el primer tren que podía tomar. "Es cierto que tarda un poco, pero un turista como usted, sin duda, podrá apreciar todo el recorrido tranquilamente."
      Recordé aquella escena de Il gattopardo en que Chevalley, llegado desde Turín anima al Príncipe di Salina a ser senador y defender los intereses de Sicilia. El príncipe, indolente, rechaza la propuesta con vagos conceptos sobre la voluptuosa inmovilidad del paisaje que hace que sus habitantes se consideren dioses. El único deseo que parece habitar en ellos es el de la muerte.
      Cuando salí de la Estación Central en busca de un autobús que me llevara más rápido a mi destino, un cartel electoral me recordó que no debía estresarme: "Europeos sí, pero no alemanes".