jueves, 8 de mayo de 2014

Viaje a Sicilia (De Palermo a Trapani, 1)

     Cualquier capital europea dispone de una red de cercanías que la hace accesible en unos cien kilómetros a la redonda. Cuanto más rápido hagamos las cosas, más tareas podremos realizar. Este parece ser el signo de los tiempos.
       El último sábado de abril probé a ir en tren desde Palermo a Trapani. Después de haberme mandado de una ventanilla a otra, un uniformado empleado delle ferrovie italiane me imprimió amablemente los horarios entre ambas ciudades: "¡tres horas y cuarenta y cinco minutos para recorrer cien kilómetros!", exclamé extrañado cuando me señaló el primer tren que podía tomar. "Es cierto que tarda un poco, pero un turista como usted, sin duda, podrá apreciar todo el recorrido tranquilamente."
      Recordé aquella escena de Il gattopardo en que Chevalley, llegado desde Turín anima al Príncipe di Salina a ser senador y defender los intereses de Sicilia. El príncipe, indolente, rechaza la propuesta con vagos conceptos sobre la voluptuosa inmovilidad del paisaje que hace que sus habitantes se consideren dioses. El único deseo que parece habitar en ellos es el de la muerte.
      Cuando salí de la Estación Central en busca de un autobús que me llevara más rápido a mi destino, un cartel electoral me recordó que no debía estresarme: "Europeos sí, pero no alemanes".

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