sábado, 6 de marzo de 2021

De un país en fuga

    El mar frente a Lisboa era de un azul lapislázuli, y al inicio de la tarde la torre de Belém lejana reverberaba como un espejismo. Salí de mi letargo posmeridiano cuando la megafonía del autobús nos advirtió que a nuestra derecha se encontraba la estación de tren de Santa Apolonia.

    A pesar de una tendinitis aguda en mi pie derecho, quise visitarla al día siguiente. Y así, cojeando, llegué hasta ella a través de las calles más cercanas al mar del barrio de Alfama.

     Quizás lo que me atrajo desde la ventanilla del autobús fue el aspecto decadente que le confería un aire de otra época, como si los técnicos o arquitectos municipales hubieran retrasado ad infinitum una reforma: y por un instante recreé mi figura en una estación asombrosamente parecida; estudiante o marinero de reemplazo, dispuesto a tomar el tren rumbo a Valencia o a Cartagena, según el rol que, difuminados los papeles del recuerdo, la vida me hubiera llevado a interpretar en el instante que ahora rememoraba.

    Deambulé por sus andenes y me senté en un banco a mirar el cielo y a los transeúntes: “fugitiva belleza cuya mirada me ha hecho renacer de repente, ya no te veré sino en la eternidad”. 

    En un extremo, más allá de la cafetería, atisbé una librería y me dirigí hacia ella con el paso de un renqueante Lord Byron meridional. Y lo que en el fondo había estado buscando estaba allí: era un libro de poesías de Fernando Pessoa. Lo abrí y comencé a leer las frases adivinadas en portugués, dejándome llevar por la sonoridad imaginada que despertaba en mí un idioma desconocido.

       Pregunté a la dependienta si tendría una edición bilingüe portugués-castellano, me dijo que no.

    Ya no regresé por los andenes sino que salí directamente por la librería hacia la calle, donde la siempre presente fantástica silueta de la torre de Belém se adivinaba y el sol brillaba en la plenitud de Géminis.

    Sentí una vez más un país y una lengua que se me escapaban, y lamenté haber leído en castellano el Libro del desasosiego: mi limitado saber, a diferencia del de Borges, me hacía imposible abarcar la biblioteca de Babel.

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