viernes, 26 de abril de 2013

En el camino

      Asuntos en apariencia banales pueden no serlo para quien realmente tiene ganas de conversar, de hablar sobre lo que sea, de desentrañar la esencia del mundo a partir, por ejemplo, del nombre de una hamburguesa: Samuel L Jackson y John Travolta en una antológica escena de Pulp Ficition discuten sobre el cuarto de libra de McDonald’s que en París se llama Royal Cheese. Esas pequeñas diferencias entre los Estados Unidos y Europa fastidiaban a los dos asesinos sofistas.
      El centro del mundo puede estar en cualquier lugar y desde la magdalena de Proust raro es quien no ha experimentado esta sensación de formas muy diferentes.
      El sábado pasado me vi obligado a cenar en un McDonald’s, en el entorno de un maravilloso centro comercial, donde comprendí que mucha gente pueda sentirse feliz. La chica que estaba detrás del mostrador era más bien bajita y llevaba unas gafas que bajo la gorra con visera le daban cierto aire intelectual.
     Hacía años que no entraba en la cadena de restaurantes de comida rápida. Quise hacerme el listo y pregunté si todavía cocinaban las patatas extra de luxe. En seguida me di cuenta de la exageración y recordé que eran simplemente “de luxe”: sí, por supuesto que las hacían. Pedí varios menús con tal rapidez y destreza que  casi no me reconocí.
     Cuando pude sentarme y unté las patatas fritas en la tarrina de salsa, me vi diez años atrás, frente a la nacional 340 a su paso por Vinaroz, un viernes a mediodía mientras soplaba el viento del sudeste; el que viene de Peñíscola y hace que las tardes de verano sean en aquella zona más llevaderas. Terminaba mi semana laboral y regresaba por fin a casa, pero como en el poema de Cavafis en el fondo pedía que el camino fuera largo, mientras miraba a través de los amplios ventanales los camiones que cruzaban la línea del horizonte hacia Barcelona o Valencia.
 
"- Y la whopper, ¿cómo la llaman en París?
- No lo sé. Nunca he estado en un Burger King."
(fragmento de diálogo de Pulp Fiction)



 

viernes, 19 de abril de 2013

Halcón peregrino

     Ante el juez que me condene por necio o descuidado no podré esgrimir la defensa de que no lo vi venir: su vuelo perfecto se anteponía desde hacía varias semanas a la espigada silueta del Hilton, mientras rasgaba con una amenaza el luminoso horizonte del inicio de año.
      Seguro de que al final vencería no se inmutaba ante mis palmadas o aspavientos, impertérrito en la cornisa vecina. Llegó con un plan asesino desde las montañas colindantes, al norte de Valencia. Nunca creí que lo hiciera.
      La terraza llena de plumas amarillas y en la jaula la cabecita de un canario, dan cuenta de su salvaje festín, ave inclasificable y despiadada.
 

viernes, 12 de abril de 2013

El escritor errante

          La 2 emitió la noche del viernes diez de diciembre una entrevista íntegramente en francés, sin subtítulos siquiera, al autor de Lolita. Frente a él un jovencísimo Bernard Pivot. Preguntado Nabokov por qué lengua era en la que todavía  se sentía más cómodo y, a pesar de haber escrito casi toda su obra en inglés, el ruso errante que finalmente eligió Suiza para vivir porque no podía soportar los países donde el correo (ordinario, el de La Poste, el de Correos) no funcionara bien, afirmó en un francés conjugado en passé simple, que la lengua de sus ancestros era la elegida.
Marcello Mastroianni, en el papel de Romano en Ojos Negros de Nikita Mikhalkov, atraviesa las inmensas llanuras rusas a bordo de un carromato tirado por un caballo. Al amanecer, entre la bruma de los bosques y casi dormido, cree escuchar la voz de su madre que le canta una nana. Cuando los hombres viven destierros obligados o voluntarios siempre recurren a la lengua materna, o quizás es ella, que se impone silenciosa como vestigio de nuestro ser primero y más auténtico.
Un muchacho que me observa al esbozar estas notas, me pregunta:
-          ¿Qué haces?
-          Nada,  apunto cosas que no se me tienen que olvidar.
Nabokov escribía con un lápiz bien afilado.

miércoles, 3 de abril de 2013

Nadir

             Cuando está nublado o hace mucho frío y no me apetece subir hasta la azotea, extiendo el brazo y cojo el móvil que, olvidado, reposa sobre cualquier superficie amueblada de la estancia. Aparece entonces un bonito icono con el nombre de google sky maps sobre una luminosa pantalla. 
    Lo toco con el pulgar derecho, como si este fuera una extensión de mi cerebro, y dirijo entonces el artilugio hacia las alturas. Por un instante se queda a oscuras, pero apenas pasados unos segundos comienzan a aparecer sobre el pequeño rectángulo rutilantes puntitos con un nombre debajo que indica las estrellas, constelaciones y planetas que en ese momento hay en el cielo. 
    Dirijo el teléfono hacia el oeste por ejemplo, y allí está la bola anaranjada de Marte, casi sobre la línea del horizonte, y me digo: “un día tendrás que salir a un lugar despejado con los prismáticos colgados al cuello para verlo de verdad, esto no puede seguir así”. 
    Continúo hacia el este, y voy orientándolo hacia abajo hasta que con mayúsculas se lee "NADIR". Curiosamente ocurre que cuando llego al punto opuesto al cenit doy un respingo y aparto mi mirada de él.
Y divago entonces con la pregunta de si no seré yo un ser supersticioso, educado en los viejos libros impresos del siglo XX o en antiguas lecturas del  poema de Dante, extrañado y desconfiado ante estos omniscientes, prometeicos iconos que consiguen mostrarnos lo que no podemos ver.