Asuntos en apariencia
banales pueden no serlo para quien realmente tiene ganas de conversar, de
hablar sobre lo que sea, de desentrañar la esencia del mundo a partir, por
ejemplo, del nombre de una hamburguesa: Samuel L Jackson y John Travolta en una
antológica escena de Pulp Ficition discuten sobre el cuarto de libra de
McDonald’s que en París se llama Royal Cheese. Esas pequeñas diferencias entre
los Estados Unidos y Europa fastidiaban a los dos asesinos sofistas.
El centro del mundo
puede estar en cualquier lugar y desde la magdalena de Proust raro es quien no
ha experimentado esta sensación de formas muy diferentes.
El sábado pasado me vi
obligado a cenar en un McDonald’s, en el entorno de un maravilloso centro
comercial, donde comprendí que mucha gente pueda sentirse feliz. La chica que
estaba detrás del mostrador era más bien bajita y llevaba unas gafas que bajo
la gorra con visera le daban cierto aire intelectual.
Hacía años que no
entraba en la cadena de restaurantes de comida rápida. Quise hacerme el listo y
pregunté si todavía cocinaban las patatas extra de luxe. En seguida me di
cuenta de la exageración y recordé que eran simplemente “de luxe”: sí, por
supuesto que las hacían. Pedí varios menús con tal rapidez y destreza que casi no me reconocí.
Cuando pude sentarme y
unté las patatas fritas en la tarrina de salsa, me vi diez años atrás, frente a
la nacional 340 a su paso por Vinaroz, un viernes a mediodía mientras soplaba
el viento del sudeste; el que viene de Peñíscola y hace que las tardes de
verano sean en aquella zona más llevaderas. Terminaba mi semana laboral y
regresaba por fin a casa, pero como en el poema de Cavafis en el fondo pedía
que el camino fuera largo, mientras miraba a través de los amplios ventanales
los camiones que cruzaban la línea del horizonte hacia Barcelona o Valencia.
"- Y la whopper, ¿cómo la llaman en
París?
- No lo sé. Nunca he estado en un Burger
King."(fragmento de diálogo de Pulp Fiction)
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