El
mar frente a Lisboa era de un azul lapislázuli, y al inicio de la
tarde la torre de Belém lejana reverberaba como un espejismo. Salí
de mi letargo posmeridiano cuando la megafonía del autobús nos
advirtió que a nuestra derecha se encontraba la estación de tren de Santa Apolonia.
A
pesar de una tendinitis aguda en mi pie derecho, quise visitarla al
día siguiente. Y así, cojeando, llegué hasta ella a través de las
calles más cercanas al mar del barrio de Alfama.
Quizás
lo que me atrajo desde la ventanilla del autobús fue el aspecto
decadente que le confería un aire de otra época, como si los técnicos o
arquitectos municipales hubieran retrasado ad
infinitum una
reforma: y por un instante recreé mi figura en una estación
asombrosamente parecida; estudiante o marinero de reemplazo,
dispuesto a tomar el tren rumbo a Valencia o a Cartagena, según el rol que, difuminados los papeles del recuerdo, la vida me hubiera
llevado a interpretar en el instante que ahora rememoraba.
Deambulé
por sus andenes y me senté en un banco a mirar el cielo y a los
transeúntes: “fugitiva belleza cuya mirada me ha hecho renacer de
repente, ya no te veré sino en la eternidad”.
En un extremo, más
allá de la cafetería, atisbé una librería y me dirigí hacia ella
con el paso de un renqueante Lord Byron meridional. Y lo que en el
fondo había estado buscando estaba allí: era un libro de poesías
de Fernando Pessoa. Lo abrí y comencé a leer las frases adivinadas
en portugués, dejándome llevar por la sonoridad imaginada que
despertaba en mí un idioma desconocido.
Pregunté
a la dependienta si tendría una edición bilingüe
portugués-castellano, me dijo que no.
Ya
no regresé por los andenes sino que salí directamente por la
librería hacia la calle, donde la siempre presente fantástica
silueta de la torre de Belém se adivinaba y el sol brillaba en la
plenitud de Géminis.
Sentí
una vez más un país y una lengua que se me escapaban, y lamenté
haber leído en castellano el Libro
del desasosiego:
mi limitado saber, a diferencia del de Borges, me hacía imposible
abarcar la biblioteca de Babel.