sábado, 15 de marzo de 2025

15 de marzo de 2020

    Me caló hondo ese tiempo extraño nunca antes vivido, en el que para tratar de verme desde fuera rememoraba las imágenes de doctor Zhivago, esos momentos en que Yuri sale a recoger leña para su familia en el gélido invierno, cuando la Rusia zarista se desvanecía ante el inminente advenimiento de la Unión Soviética.

    Y la arcaica palabra, conticinio (hora de la noche en que todo está en silencio) se apoderó del día. Y las terrazas de los edificios, que en un tiempo fueron de la luna y de las estrellas, se llenaron de gente que giraba como animales enjaulados o que miraba melancólica al horizonte.

   De ese número que aparecía cada día en todos los telediarios, ¿qué se hizo de vuestra alma?

   Iremos a buscarla en los cielos del futuro que, sin duda, nos remitirán al pasado. La encontraremos, muy marcada, en la forma de una nube o en la inesperada visita de un gorrión.


jueves, 9 de enero de 2025

La Biblioteca

     Todo lo que escucho de interesante me llega a través de la radio, pareciera como si la interacción significativa con el resto de seres humanos se hubiera acabado para mí, o las imágenes me saturaran. No soporto ver las noticias en televisión.

     En la profunda noche llegó la pregunta: “¿debe ser nuestra patria un estado o nación, o quizás pueda estar en otro sitio?”

     Hubo muchas respuestas, yo también pensé en una. Mi patria puede hallarse en las bibliotecas: en la Pública de Amsterdam, en la Joanot Martorell de Valencia, o en la García Márquez de Barcelona.

     Cuando en el trabajo nos reunimos, todos hablan, presa de una enfermiza excitación, yo me aburro hasta el infinito, y si de vuelta a casa, caminando, coincido con el coordinador de la Comisión que nos ocupa y trato de comparar los hermanos ingleses que tenemos de alumnos con los Durrell, él pone cara de no entender lo que digo; y vuelve e insiste con los castigos y las sanciones, como si mis palabras hubieran sido lluvia, o la nieve del olvido de Dublineses, como si lo único que ese hombre pudiera hacer en sus ratos libres fuera mirar las cámaras de seguridad del instituto.

     Es entonces cuando me revelo y desconecto yo también, me voy a La Biblioteca: “y no te reprocho que no seas Marcel Proust, pero por favor, una conversación más motivadora sí que podrías tener”. Le interpelo mentalmente.

      A nuestra derecha, en el norte azul siempre hay esponjosas nubes blancas sobre la línea de horizonte. Avanzamos por una gran explanada desde donde se divisa la rotonda de entrada a la ciudad. Allí se separarán, por fin, nuestros caminos. Él se adentrará en conexiones cerebrales para mí insospechadas, y yo trataré de no caer en el Lado Oscuro de la Fuerza.

domingo, 15 de diciembre de 2024

Saulo

    Saulo es ciudadano romano, pero conoce las sutilezas de la lengua griega, también del arameo. La barbarie institucionalizada campa a sus anchas en todo el territorio del Imperio; y su agudeza judía se rebela contra ella.

    Si fue un ataque de epilepsia o no, lo que sufrió camino de Damasco, poco le importa a Paulo (pequeño, reducido) cuando en la noche siria, recuperada la visión, contempla de nuevo el cielo estrellado. Comprende entonces, hastiado de tanta masacre en el Coliseo, que las voces que oyó son un clamor popular y que él debe cambiar para que el mundo cambie.

miércoles, 20 de diciembre de 2023

Gamma Velorum

     Gamma Velorum o Suhail al-Muhlif es la estrella más brillante de la constelación de Vela. Entre finales de invierno y el inicio de la primavera se alza sobre el horizonte apenas unas tres o cuatro horas en torno a la medianoche. Su órbita es tan baja que si la miramos con unos prismáticos, veremos debajo de ella las terrazas de los edificios y las antenas que nos ocultan la línea natural del horizonte. Confieso que me gusta observarla porque en cierta medida me acerca al hemisferio sur. Y al ser tan fugaz su visión desde mi latitud le da un toque de belleza inalcanzable.

    Hoy en Ísafjörður, al norte de Islandia, el sol sale a las 12:09 h y se pone a las 14:51 h. Es visible tan solo dos horas y cuarenta y dos minutos. Quizás si el día es despejado los habitantes de la ciudad se sienten tranquilamente a contemplar su breve paseo por los cielos del norte, que a partir del solsticio del viernes será poco a poco más largo.

martes, 11 de julio de 2023

Una segunda vida

    ¿Cómo serán dentro de veinte años las bibliotecas de los jóvenes que hoy tienen dieciocho?

    ¿No existirán en papel, quizás? ¿Estarán guardadas en un dispositivo móvil? ¿Nadie añorará subrayar y anotar con un lápiz?

    Sea como fuere, a mí el tiempo y el espacio se me han echado encima y he tenido que donar una parte de la mía, que sé que no releeré y de cuyo lugar necesito para seguir renovándome lo que me quede por vivir.

    Llené un carrito de la compra y me dirigí a la librería que acepta donaciones.

    Me recibió una señora de mediana edad que pareció encantada con mi presencia y con la cantidad de libros que aportaba.

    Me pidió que la acompañara y salimos a la calle para dirigirnos a un local anexo: profundo, lleno de volúmenes y de estanterías hasta el infinito. Me sentí aliviado, pues en un principio pensé que existiría alguna dificultad y que tendría que regresar con el carrito y el calor hasta casa.

    Entre los dos los fuimos sacando y contando. Anotaron mi DNI en un ordenador para todo lo relativo a Hacienda y a donaciones.

    Cuando me dijo que ya estaba todo listo, me entró una cierta congoja y le comenté que en el fondo me daba mucha pena despedirme de ellos, pero que por las razones que he expuesto más arriba me veía obligado a ello.

    Ella me consoló con una amplia y sincera sonrisa, como si yo fuera un niño pequeño, y me respondió: “van a tener una segunda vida y además van a generar un dinero que va a ser útil en muchos sitios”. Le agradecí esas palabras de corazón.

    Cuando salí de nuevo a la calle desde el interior de aquel lugar, que ahora desde fuera me parecía irreal, una sensación de pérdida inundó el bulevar por el que circulaban, indiferentes ante mi pena, coches y personas. 

sábado, 6 de marzo de 2021

De un país en fuga

    El mar frente a Lisboa era de un azul lapislázuli, y al inicio de la tarde la torre de Belém lejana reverberaba como un espejismo. Salí de mi letargo posmeridiano cuando la megafonía del autobús nos advirtió que a nuestra derecha se encontraba la estación de tren de Santa Apolonia.

    A pesar de una tendinitis aguda en mi pie derecho, quise visitarla al día siguiente. Y así, cojeando, llegué hasta ella a través de las calles más cercanas al mar del barrio de Alfama.

     Quizás lo que me atrajo desde la ventanilla del autobús fue el aspecto decadente que le confería un aire de otra época, como si los técnicos o arquitectos municipales hubieran retrasado ad infinitum una reforma: y por un instante recreé mi figura en una estación asombrosamente parecida; estudiante o marinero de reemplazo, dispuesto a tomar el tren rumbo a Valencia o a Cartagena, según el rol que, difuminados los papeles del recuerdo, la vida me hubiera llevado a interpretar en el instante que ahora rememoraba.

    Deambulé por sus andenes y me senté en un banco a mirar el cielo y a los transeúntes: “fugitiva belleza cuya mirada me ha hecho renacer de repente, ya no te veré sino en la eternidad”. 

    En un extremo, más allá de la cafetería, atisbé una librería y me dirigí hacia ella con el paso de un renqueante Lord Byron meridional. Y lo que en el fondo había estado buscando estaba allí: era un libro de poesías de Fernando Pessoa. Lo abrí y comencé a leer las frases adivinadas en portugués, dejándome llevar por la sonoridad imaginada que despertaba en mí un idioma desconocido.

       Pregunté a la dependienta si tendría una edición bilingüe portugués-castellano, me dijo que no.

    Ya no regresé por los andenes sino que salí directamente por la librería hacia la calle, donde la siempre presente fantástica silueta de la torre de Belém se adivinaba y el sol brillaba en la plenitud de Géminis.

    Sentí una vez más un país y una lengua que se me escapaban, y lamenté haber leído en castellano el Libro del desasosiego: mi limitado saber, a diferencia del de Borges, me hacía imposible abarcar la biblioteca de Babel.

domingo, 6 de septiembre de 2020

El norte de Castilla

    Agosto me sorprendió en Tierras de Medina, cruzando la autovía del noroeste, que vista desde un mirador es la perfecta metáfora de una invitación al viaje.
     Pasé por la puerta de una papelería y distinguí sobre la mesa de madera, de esa cuya textura recuerda al coro de una catedral, la lista de periódicos del día. Una blanca luz de plafón de techo caía sobre la vendedora que, distraída, ojeaba una revista.
     Fingí que no existía internet y que el valor de una cosa era el local, y así como cuando era adolescente y viajaba con mi familia a Andalucía y compraba el Ideal de Granada o el Sur de Málaga, accedía a un mundo y a unas gentes de las que ya no sabría nada cuando regresara a mi ciudad de origen.
      Preso de un arrebato, adquirí El Norte de Castilla, donde en su día escribiera Miguel Delibes.
     Me encaminé paseando hacia lo alto del Castillo de la Mota, y allí, a la sombra de un pino centenario, abrí el periódico y comencé su lectura. La tarde caía amarilla sobre los campos segados de trigo. Alguien a mi lado comentó que aquel paisaje le recordaba la escena de la película Mientras dure la guerra, en que Unamuno y su discípulo discuten sobre España a las afueras de Salamanca.

miércoles, 29 de julio de 2020

Fortalezas


    Por fin he podido dejar atrás la ciudad en la que vivo y trabajo y, como siempre hago, he buscado el mar, otro mar, quizás más limpio y sobre todo, más lejano.
    En el recoleto paseo marítimo, al atardecer, sobre un fondo de palmeras simétricamente alineadas se dibujan cuatro mujeres musulmanas que cubren su cabeza con el hiyab y, tras ellas, en lontananza, la mole flotante del castillo de Peñíscola.
    Esta visión se hubiera quedado ahí, pero mi imaginación ya se había despertado un poco antes, cuando un hombre árabe, sentado en unas rocas frente a la playa, miraba hacia el mar: “igual que Odiseo en la isla de Calipso”; me repito una y otra vez mientras trato de no perder el hilo de la conversación que mantengo con mi acompañante.
    Así, me he sentido parte otra vez de esa comunidad de sentimientos que es el mar Mediterráneo, mucho más fuerte que mi pertenencia a la Europa continental, y por un instante, he creído estar ailleurs, en otro lugar, en otra parte, quizás en Alejandría, divisando la ciudadela de Qaitbay.

sábado, 22 de junio de 2019

Expedición hacia el interior

    Decía Jacques Lacan que la peor lengua para realizar el psicoanálisis era el inglés. Hoy en día esa afirmación puede sonar a tantas otras que el siglo XX produjo de forma gratuita.
    Las Erinias eran unas deidades de la antigua Grecia que perseguían especialmente a los que cometían un crimen en el seno de la familia: castigaron con la esquizofrenia y el insomnio a Orestes cuando mató a su madre, Clitemnestra.
     El adjetivo que más se usa para Ulises, el héroe de la Odisea, es talasífronos; literalmente el que tiene entendimiento o mantiene la calma cuando padece.
     Voy a permitirme contradecir a Lacan: James Joyce realizó con la escritura del Ulises un profundo psicoanálisis, no solo personal sino también del hombre contemporáneo, previo a la época de internet (pues los matices de nuestra interioridad han mutado con las nuevas tecnologías, ya no somos los mismos sujetos que los de antaño).
     Siguiendo el hilo del médico psiquiatra, si algún día pudiera elegir una lengua para adentrarme en el psicoanálisis, elegiría sin duda el griego clásico.
    Cuando en el cielo azul del verano, tumbado sobre la arena de la playa, veo las líneas blancas que los aviones dejan en el aire, me gustan las que sugieren la letra alfa. Pienso entonces en la palabra anábasis, que significa “subida, ascensión, expedición hacia el interior”: ¿De dónde?, ¿Del territorio o de uno mismo?, ¿De un lugar real o de uno figurado?
     Y así me inicio en el viaje interior que, como muchos saben, es el único en el que vale la pena aventurarse.

jueves, 2 de mayo de 2019

La espera

    Cualquiera debería poder decir: “estuve cinco días de abril en la Provenza”. Cuando el grupo abandonaba la Place de la République de Arlés en dirección al anfiteatro romano, un transeúnte me interpeló para preguntarme si yo era el guía; “no exactamente”, le respondí. 
    Tras alabar el monumento de su ciudad comparándolo con el de Nîmes, la última nube que había en el cielo dejó por fin salir el sol y el arlesiano concluyó su argumentación diciendo que el anfiteatro de Arlés era “plus flamboyant”, más vistoso, más llamativo. Me despidió con un gentil saludo y me invitó a que yo reflexionara si él decía la verdad o tenía razón.
    Me senté en lo más alto de las gradas romanas y vi a lo lejos los pinos, cipreses y olivos que nos habían de acompañar durante el trayecto hasta Marsella. El adjetivo “flamboyant” seguía flotando en el aire.
    Llegamos a la zona del viejo puerto sobre las cuatro y media de la tarde. Parecía que la tormenta del camino se alejaba por fin y, un hecho banal, como pudiera ser la larga espera que el grupo tuvo que realizar porque hacía dos horas que habíamos comido y todo el mundo necesitaba ir al aseo, me permitió sentarme en las escalinatas de la catedral sin un compromiso inminente: ante mí la bahía y por fin, otra vez el mar azul.
    La amable conversación con la anciana dama que unos minutos antes nos había explicado cómo funcionaban los aseos públicos de Marsella, el hecho de que me preguntara si yo trabajaba en un centro de actividades culturales y deportivas de la ciudad; el acento árabe al hablar francés de otros caminantes a los que pregunté antes de encontrar los aseos, seguido por una masa de adolescentes en apuros. Los que jugaban a la petanca nos decían que nos metiéramos en la catedral mientras alzaban los hombros: todo ello provocó en mí una cierta ensoñación cuando pude relajarme, una vez las chicas y los chicos hacían sus necesidades. E iba para largo, pues tenían que entrar en el habitáculo en grupos de tres o cuatro, ya que cada vez que la puerta se abría, el mecanismo de limpieza duraba unos cinco minutos. 
    El guía de verdad estaba exasperado por todo el tiempo que estábamos perdiendo y todas las cosas que íbamos a dejar de ver. Llegó incluso a discutir con una de las jóvenes y pude escuchar alguna palabra malsonante entre ellos.
    Y en esa bahía y en esa gente amable del sur, un tanto indolente, creí reconocerme una vez más, mientras en una nube se podía leer con letras bien claras: flamboyant.

martes, 2 de abril de 2019

La sábana

     Cansado y ajado por los años como estoy, he pedido a mi mujer que saque una sábana para ti. Está doblada en una silla a la entrada de casa, hoy que llueve sobre esta reseca tierra como antaño nevó sobre la Irlanda de Dublineses.
     Esa tela me arropó en su día, y en las noches de verano noté su tacto suave que ahora te acompañará en la eternidad, mi gran antagonista. Todo lo que tú no supiste realizar se quedó suspendido en el aire para que otro lo tomara y, si en aquel lejano tiempo de la juventud imaginé como Aquiles respecto a Héctor, que no todo te tendría que salir bien, que yo tendría una oportunidad, jamás atisbé un final así: ni tu mujer ni tus hijos irán a despedirte; ni siquiera ese cuñado, que en nombre de la moral siempre denunció a sus adversarios políticos, tendrá un postrero gesto de humanidad para ti.
     Guarda tranquilo la pulsera que alguien me pidió que retirara de tu muñeca, ni yo ni nadie perpetrará esa vileza: con ella podrás pagar al barquero que te conduzca al otro lado de la laguna.
     Esta gris claridad da un tono inesperado a la plegada sábana, que ahora contemplo, atónito. Mientras tanto, cae la lluvia “lánguidamente, sobre todos los vivos y los muertos.”