viernes, 21 de noviembre de 2014

El infinito viajar

     Anne Rochet era profesora de español en Agen, al sudoeste de Francia. Parece que aun la veo en la luz cálida del salón, en la amable conversación que se estableció entre su marido, su hermosa hija, el asistente de conversación inglés, James, gran jugador de rugby, y yo mismo.
     Fue ella la primera a la que escuché recrearse en el proyecto de un viaje, los preliminares durante los meses anteriores y la contemplación posterior de las vivencias experimentadas. Era agradable aquella gente y podía dilatar la conversación hasta extremos insospechados, siempre interesantes. Era también noviembre, por el centro del brumoso Agen no había nadie a las horas en que la velada se acabó. Salieron los tres a despedirnos hasta el umbral de la puerta.
     Y es ahora que miro en mi cuaderno de viajes y leo una de las anotaciones hechas sobre Berlín en el jueves 7 de agosto: “paseo de noche por la isla de los museos, cerca de donde la gente bailaba iluminada por farolillos de colores. Casi luna llena.”
     

viernes, 31 de octubre de 2014

Personajes del verano (y 3)

     Mi último personaje es hijo del anterior. Una serie de casualidades quiso que de repente me viera con él en la playa, acompañándole a ver si encontraba a alguien con quien jugar a la pelota y así desfogarse un rato. Yo también me hubiera desfogado, pero llegados a la edad adulta las vías de escape son más sutiles y a veces, invisibles. 
    Encontró un adversario con quien empujarse, disputar un balón, darse patadas y revolcarse por el suelo. Yo los contemplaba desde la distancia. La tarde se había tornado gris y el mar hacía como que rompía sobre la costa. Cuando hubieron acabado de rebozarse en la arena y las fuerzas ya no les respondieron, él se quedó sentado mirando el mar. Viendo que pasaba el tiempo y que era hora de devolverlo con sus padres me acerqué hasta él y le pregunté: “¿piensas en algo?” “No. Solo miro el mar."
     Cuando regresábamos a casa, pensando yo que su madre me reñiría por el estado de suciedad de su hijo, él me cogió de la mano.
     Desde aquel momento supe que escribiría este texto. Y aquí estoy, a las puertas de noviembre, trascribiendo la promesa que le hice a aquella tarde.

viernes, 10 de octubre de 2014

Personajes del verano (2)

     Mi segundo personaje es un antagonista del primero. Dicharachero, deportista, altruista. Quizás hablaba demasiado y siempre me llamaba por mi nombre. He de decir que le debo el haber vuelto a jugar en la playa un partido de fútbol. Me reí mucho, como hacía tiempo, cuando conseguí rematar en una pirueta un balón que él me centró. Golpeé con el pie derecho y caí sobre la rodilla izquierda, intuí que me dolería unos días, pero no me importó porque la trayectoria fue tan limpia y el gol tan bonito, que quedé tumbado en la arena boca arriba con los brazos abiertos, y una carcajada se me escapó mientras el sol, en lo alto del cielo, provocaba destellos sobre el cercano mar.
     Y ahora cambio a segunda persona y es como si te hablara, porque también nos arreglaste unas bicicletas en una tarde sofocante, después de haberte bebido unas cervezas y unos chupitos de orujo, según nos confesaste. Si traté de evitarte aquella tarde en que salí a correr, no me lo tengas en cuenta, en realidad te confundí con otro. Sé que habrás seguido mi consejo de, al menos veinticuatro fotos del verano, sacarlas en papel; porque hay cosas que vale la pena conservar y como bien dijiste, puede que algún día no haya electricidad, y entonces, ya veremos, los de instagram.

domingo, 21 de septiembre de 2014

Personajes del verano (1)

     Sonrió levemente, casi sin querer que se le notara, cuando le di la cantidad de dinero acordada para los quince días. La estancia en su casa fue parte de mi verano en la playa: paseos, sol, noches estrelladas y aviones surcando el cielo. Al día siguiente, con su enorme acento catalán, me propuso que se la comprara. Demasiado dinero. Una cosa es un alquiler y otra son cientos de miles de euros. No estoy hecho para acumular casas.
     Y ahora que llegamos al equinoccio, parece que lo estoy viendo con aire despistado, paseando a su perro por la urbanización que un día sus ancestros cultivaron, cuando era  un campo de naranjos; es por ello que él quizás conserve cierto aire campesino. 
    Y es así como lo rememoro ahora, en un espléndido mediodía del mes de julio, sin camiseta, caminando sobre el paseo de madera junto a la playa, como queriendo por fin ligar tras algún desengaño amoroso. Solitario.  Yo pasé frente a él con una gorra con visera y gafas de sol, y a pesar de todo me reconoció. Me cansé del pueblo con mar y es posible que no regrese más. Tal vez por eso acuda más vivo ese recuerdo de un tipo que me cayó bien y al que ahora, mientras espero la lluvia de otoño, le dedico unas líneas en este blog.

jueves, 11 de septiembre de 2014

Whatsapp

     En mi nuevo centro de trabajo hay aulas con amplios ventanales que dan a un campo de tiro con arco, lo cual permite que la vista se relaje siguiendo las flechas o recorriendo la línea lejana de cielo que comienza con el rojo edificio de la Facultad de Economía.
     En un artículo que trabajábamos en clase sobre la adaptación de la comunidad portuguesa en Francia, apareció la palabra ailleurs, que se puede traducir al castellano por “en otra parte, en otro lugar”. Pedí a los alumnos que reflexionaran sobre la palabra en ese texto y sobre lo que pudiera significar para ellos. Solo uno de ellos trajo escrito algo al día siguiente, pero me gustó profundamente lo que compuso: “cuando estos portugueses que viven en Francia entran en casa, ya no están en Francia, sino que están en otra parte, en cualquier otro sitio, puede que en Portugal.”
     Yo pensé enseguida en las redes sociales y en la nueva forma de comunicarme que he tenido que adoptar por un cambio de tarifa en mi smartphone. Y quizás lo que conocemos por whatsapp sea algo más complicado que adaptarse a vivir en un país que no es el tuyo, porque todo lo que está o tú creías que estaba ailleurs, te sobreviene y te envuelve como una inesperada ola en mitad de un tranquilo baño en la playa. 
    Tal vez esta contemporaneidad no nos permita irnos o despedirnos definitivamente, y he de decir que añoro las palabras del poeta que afirmaba: “Partir, c’est mourir un peu.”

sábado, 5 de julio de 2014

El fantasma que persiguió a Cavendish

     Para muchos Mark Cavendish es el mejor velocista de su generación. La mañana del sábado 5 de julio, el primer día del Tour de Francia, el ciclista declaró a France Info que le hacía una ilusión tremenda ganar la etapa en Harrogate, pues allí había pasado muchos veranos de la infancia junto a su abuela. Por la tarde, escuché en directo la llegada: el corredor, presa de la ansiedad en el sprint final, se abalanzó involutariamente sobre un compañero y cayeron los dos de mala manera.
     Con la brisa fresca y el mar en calma las cosas se ven de una manera, pero cuando el sol ha cruzado el meridiano, la razón y los sentidos no responden de la misma forma. Marcel, el narrador de En busca del tiempo perdido, a su regreso al gran hotel de  Balbec, frente a la costa normanda, también se ve perseguido por la imagen de su querida y  definitivamente ausente abuela.
     Quién sabe el fantasma que persiguió Cavendish pocos metros antes de la meta.
 

viernes, 13 de junio de 2014

El verano del amor

    La jornada laboral se presentaba como tantas otras, quizás con un poco menos de stress. La jefa en su despacho muy ocupada. Todo estaba en su sitio.
    Paseaba absorto por los pasillos de mi centro de trabajo y una voz grave me interpeló: “hoy es un gran día”- afirmó -. Me dio rabia la falta de imaginación y no supe responder con nada brillante. “Empieza el Mundial”- sentenció -. Y ya no dijo nada más, con paso incierto se alejó hasta que lo perdí de vista.
    Mi primera impresión fue la de calificarlo de friki, pero la frase fue calando en mí a lo largo de la mañana y traté de ver el sentido profundo: un cúmulo de ideas asociadas a otros veranos y a otros mundiales se fue abriendo paso, recordé a Mario Kempes, a Paolo Rossi y a Maradona; la vieja televisión en blanco y negro que sacamos al balcón  para ver la final más frescos, y luego la de color, en el salón de una casa que ya no existe; y entonces deseé, como Amaral en su canción, que volviera el espíritu olvidado del verano del amor, y a la hora del crepúsculo no pude sino exclamar: “¡claro que es un gran día, hoy empieza otro Mundial!”

viernes, 23 de mayo de 2014

Viaje a Sicilia (Teatro Massimo, y 3)

     Solo quedaban visitas en francés. La guía me dijo que me podía ir tranquilamente al aseo, que me esperaría; pero valorando los antecedentes habidos en la isla decidí darme prisa. Cuando regresé de los aseos ya no había nadie en el hall, así que subí las enormes escalinatas del Teatro Massimo y encontré al grupo en el vestíbulo del primer piso.
     Y otra vez, sin quererlo, el Príncipe di Salina acompañó mis pensamientos: esta vez fue la escena del baile, en que Don Fabrizio estrecha a Concetta ante la celosa mirada de su sobrino Tancredi.
     Cuando llegamos al palco real, la guía nos contó que casi siempre quedaba vacío, pues no se podían alquilar localidades sueltas, había que reservarlo entero y su precio era tres mil euros.
     Regresé caminando al hotel y la Via Vittorio Emanuele estaba colapsada por un tráfico que, a simple vista, parecía inútil; tan inútil como nos resulta todo lo que vemos desde fuera y no nos toca ni nos afecta.
     En Londres, probablemente, hubieran alquilado ese palco por minutos. Pero en Palermo, vida, tiempo y belleza se derrochan como si sobrara de todo ello y una visión distinta del mundo cala en el viajero cuando, desde la mesa de trabajo frente a la que siempre acaba sentado, contempla admirado todo lo que ha dejado atrás.

viernes, 16 de mayo de 2014

Viaje a Sicilia (Trapani, 2)

      A lo lejos, suspendida entre las nubes, la mole de Erice; prácticamente invisible en las alturas. El mar de Trapani daba al norte. A mediodía, cuando llegué a la fortaleza sobre el Tirreno desde la que se divisaba la ciudad, tuve la sensación de que el viaje había llegado al ecuador. Ese sería el punto más occidental de la isla que había de tocar, desde allí ya sólo quedaba un lento regreso a Palermo, y después, a casa.
      Comí frente a la catedral de san Lorenzo, de fachada barroca, orgullosa de ser del sur. Después de haber sopesado el menú de carne o de pescado, me incliné por el primero. 
    Mientras esperaba el segundo plato y saboreaba la cerveza artesanal que me habían servido, casi noté la presencia física del mar, sentado detrás de mí. El aire fresco, o más bien frío, me obligó a ponerme una chaqueta. Pregunté a la camarera que cómo era posible que todos los monumentos estuvieran cerrados, especialmente la catedral. Respondió que solo la abrían para la misa, como si no hubiera más motivos para entrar en ella que el culto religioso. 
    El reloj de un hermoso edificio marcaba las dos menos veinte y el mar seguía allí, a mis espaldas, abismal y azul. Así era la primavera en Sicilia, tanto tiempo anhelada.

 

jueves, 8 de mayo de 2014

Viaje a Sicilia (De Palermo a Trapani, 1)

     Cualquier capital europea dispone de una red de cercanías que la hace accesible en unos cien kilómetros a la redonda. Cuanto más rápido hagamos las cosas, más tareas podremos realizar. Este parece ser el signo de los tiempos.
       El último sábado de abril probé a ir en tren desde Palermo a Trapani. Después de haberme mandado de una ventanilla a otra, un uniformado empleado delle ferrovie italiane me imprimió amablemente los horarios entre ambas ciudades: "¡tres horas y cuarenta y cinco minutos para recorrer cien kilómetros!", exclamé extrañado cuando me señaló el primer tren que podía tomar. "Es cierto que tarda un poco, pero un turista como usted, sin duda, podrá apreciar todo el recorrido tranquilamente."
      Recordé aquella escena de Il gattopardo en que Chevalley, llegado desde Turín anima al Príncipe di Salina a ser senador y defender los intereses de Sicilia. El príncipe, indolente, rechaza la propuesta con vagos conceptos sobre la voluptuosa inmovilidad del paisaje que hace que sus habitantes se consideren dioses. El único deseo que parece habitar en ellos es el de la muerte.
      Cuando salí de la Estación Central en busca de un autobús que me llevara más rápido a mi destino, un cartel electoral me recordó que no debía estresarme: "Europeos sí, pero no alemanes".

domingo, 13 de abril de 2014

¿Cómo era?

     Los campos amanecieron llenos de brumas, ya en la ciudad, al cruzar un paso de cebra se encontró con una compañera de trabajo, pero no quiso dejarle hablar porque esta vez tenía él algo que contar: una expresión relacionada con la niebla que se usaba en su ciudad natal. 
    Transcurrido un rato, sentado y mirando a través de la ventana, dudó de la frase porque fue consciente del enorme tiempo que había transcurrido desde que no la compartía con nadie, que no se acordaba bien si era como efectivamente la había relatado o era de otra manera.

viernes, 7 de marzo de 2014

Los días que no existen

      El domingo pasado, mientras me afeitaba, una voz me interpeló: “¿hoy es treinta?”. La pregunta me descolocó. Por unos segundos perdí la noción del tiempo y del espacio. Sin embargo, me rehíce lo más rápido que pude y contesté: “¿treinta de qué?” “Treinta de febrero”, me respondió la voz.
      Pasé la tarde recostado en el sofá, viendo cambiar los colores del cielo y escuchando programas en France Culture sobre si es lícito triunfar en el trabajo sin ser honesto o sobre los beneficios del olvido para seguir adelante, soltando lastre.
      Al anochecer me invadió una cierta melancolía y pensé que cualquier cosa que emprendiéramos, buena o mala, que pudiera producirnos satisfacción o amargura, carecería de importancia en ese inexistente día del treinta de febrero.

viernes, 28 de febrero de 2014

Iluminaciones

         “Uno va a Venecia a encontrarse con lo que se supone que en el fondo es, y, por eso, en esa ciudad, cuando alguien señala con el índice los caballos de San Marco, o la gris arquería de la plaza, indefectiblemente hay que leer su gesto al revés: señala hacia el paisaje que lleva dentro y que los demás no han sabido descubrir.”

    De las ciudades que he visitado en Italia, nunca me obsesionó Venecia. Es cierto que cuando abandoné Florencia por primera vez compré un inmenso poster de la Piazza della Signoria que pegué al viejo armario de la casa familiar que ya no existe (cuántas cosas tiré que hoy me gustaría recuperar). Cuando la luz de la luna entraba en la habitación yo imaginaba estar en un hotel frente a la espigada torre. 
    Con las cúpulas de Roma soñé muchas noches. Nápoles me sedujo. Reggio Calabria la divisé desde la cubierta de un barco. Brescia acabó conmigo. 
    Sin embargo, leyendo estos días este exquisito fragmento del Mediterráneos de Rafael Chirbes con el que inicio el post, me vino de repente un tropel de imágenes de aquella mañana de agosto de 1989, en que tante Marguerite me mostraba el mundo. 
    Llegué a la Plaza de San Marcos tras atravesar las asfixiantes callejuelas que la envuelven. Cuando me detuve ante esas grises arquerías, dirigí mi mirada al cielo y en las nubes que allí había reconocí algo familiar, ¿un cuadro de Canaletto o remembranzas de mi ciudad natal? (a cientos de kilómetros pero asomada al mismo mar). 
    En cualquier caso, lo que yo aguardaba sin saberlo era leer el texto de Chirbes veintidós años después, el cual da sentido y glorifica aquella mañana veneciana.

domingo, 2 de febrero de 2014

Minuto de silencio en el estadio

    Desde lo alto de la grada de Orriols, en el estadio Ciutat de València, si uno alza la vista, detrás de la portería contraria, puede ver las torres de la fachada de san Miguel de los Reyes, doradas por el sol de la tarde y la cúpula azul, resplandeciente por encima de los campos de l’Horta Nord. 
    La reina Germana de Foix tuvo la idea de levantar ahí un monasterio para ser enterrada junto a su marido, el duque de Calabria. El aire, que viene desde el sur, no es frío y en el cielo, las nubes algodonadas hacen pensar en otra estación del año.
     Las banderas de los veinte equipos que componen la Liga ondean a media asta. Me hubiera gustado ser el operario que así las ha colocado, ocioso en una indolente tarde de sábado. A las dieciocho horas el árbitro pita con su silbato y todo el estadio se pone en pie. 
    Los jugadores de ambos equipos, insignificantes ante tanta belleza, cogidos por los hombros y cabizbajos en el círculo central, contrastan con los colores de sus camisetas sobre el verde césped.
     Delante de mí dos niños de unos siete años juegan a lanzarse palomitas y se pasan un enorme vaso de coca-cola, ajenos al silencio de la gente. Una hoz de luna creciente despunta sobre los edificios, y un poco más abajo, casi tocando las antenas, Mercurio, el mensajero de los dioses.
     Allá enfrente, la fachada barroca con el arcángel justiciero. La reina Germana de Foix y el duque de Calabria. Silencio.

jueves, 16 de enero de 2014

La sombra se desata de la persona

      Cuando antaño amanecía una espléndida mañana de sol en pleno enero, uno se alegraba y pensaba que ya no faltaba tanto para la primavera. Ahora, sin embargo, a esa dichosa luz se une un ligero sentimiento de culpa incubado por las continuas informaciones sobre el cambio climático. El caso es, que la mañana del día de Reyes los niños jugaban sin chaqueta con sus patines y bicicletas recién estrenados, y una pálida luna creciente se delineaba sobre el monótono azul. El mundo estaba en calma, otra vez.
     Busqué en mi repertorio de frases oídas una apropiada para el momento: la escuchaba a lo lejos, un tanto difusa, pero poco a poco fue aclarándose hasta poder pronunciarla.
      Adiós al sometimiento que las costumbres infligen a la razón. 
      Bienvenida Epifanía. 
      Aquí está la frase: "cuando la sombra se desata del objeto, o de la persona". 
      Sensación de ligereza. 
      El nuevo Airbus en pruebas despega sobre el cielo de Toulouse.