martes, 17 de diciembre de 2013

El hijo del héroe

La semana pasada ocurrió algo muy especial en Turín, en una soleada y fría tarde de invierno. Hubo una manifestación de descontento muy parecida al 15M en España. De norte a sur la gente está harta con su gobierno y protesta. En un momento dado, los antidisturbios comprendieron que las protestas eran pacíficas y, uno tras otro, los policías que estaban preparados para actuar con las porras y los escudos se quitaron el casco, dando a entender a la población que ellos también eran el pueblo. La gente, conmovida, empezó a aplaudirles.
Luego, los comentaristas en la radio compararon la imagen con la de Héctor y su hijo en la Ilíada, cuando el pequeño  Astianacte ve a su padre con el yelmo guerrero y se echa a llorar. No lo reconoce. Entonces el héroe se quita el casco y el niño comprende que ese “otro” ya no está obligado a ser fiero, se despoja de su función social de guerrero que ha de luchar, muy a su pesar, contra Aquiles. Resulta que "el del casco" era alguien de la familia.
Esto es lo que no podía dejar de contaros.

viernes, 6 de diciembre de 2013

¿Por qué cosas vale la pena vivir?

Lo escuché en un programa de radio poco antes de dormirme, quizás para invitar al sueño a que viniera a hacerme compañía.
El locutor evocaba las tardes de invierno, ya oscuras, en la ciudad de Perugia regresando a casa (probablemente de la escuela) rodeado por una espesa niebla. Era entonces cuando le llegaba el olor que salía de las chimeneas; teorizaba sobre el tipo de árbol del que provendría la leña, evocaba a las personas que habría frente al fuego, si estarían asando salchichas, por ejemplo. Era agradable escuchar esa voz casi anciana rememorando al niño que un día fue.
A continuación pasó a preguntar a los oyentes motivos concretos por los que valía la pena vivir: cabalgar entre la niebla (otra vez símbolo de felicidad) por la llanura padana. Fumarse un cigarrillo después de la cena mientras te sumerges en un sudoku...
El resto de cosas que dijeron ya no las recuerdo, estaba realmente cansado y creo que me quedé dormido.

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Habitación de hotel

    Me acusan de ser pesimista, de que siempre me pongo en el peor de los casos: en el vagón entran dos jóvenes con una maleta a la que sin miedo a equivocarnos podríamos calificar de inmensa. Un hombre les ayuda a subir la pesada valija y les advierte del peligro, pero ellas, optimistas y despreocupadas, le insisten en que por favor coloque el bulto en las alturas.
    Cuando el tren alcanza los trescientos kilómetros por hora intento relajarme mirando el paisaje. No hablaré, no pensaré nada, escribe Rimbaud. Atrás queda la Navidad con luces y sombras en el corazón. La Mancha en todo su esplendor una soleada tarde de invierno. Arriba, frente a mi mirada, el pesado fardo se tambalea en el transparente estante. Si cae, no será culpa mía. ¿Qué tengo que hacer? Levantarme y decirles que se va a caer, que por favor lo dejen en el suelo. ¿Pero tú de qué vas? Me contestarían tal vez. No seas plomo, hombre.
    A lo lejos, un pequeño núcleo de casas y un campanario en el centro. Me levanto y camino hacia la cafetería. De pie, la sensación de velocidad es mucho mayor. Me invade el ligero pánico que me sobreviene en los aviones cuando van a despegar. La culpa no es tuya si cae la maleta. Al fin y al cabo vas a pasar unos días a un hotel, a despreocuparte de todo, bastantes problemas has solucionado ya en tu casa. Sí, solucionado, porque te has tenido que enfadar, pero están resueltos. El cielo azul y los coches que parecen parados circulando por la autovía. Flechas blancas sobre fondo azul indicando salidas hacia pueblos cuyo nombre no puedes retener. Me acomodo en mi asiento. Vuelvo a mirar hacia las alturas. Cierro los ojos.
    De repente, un golpe seco. Un niño que comienza a llorar desconsolado. La animada conversación de las dos jóvenes se detiene. Nene, ¿te has hecho daño? Cuando menos se tiene que haber asustado al rondarle por la cabeza ese rígido bulto azul que nunca debió colocarse allí. 
    Definitivamente, me siento culpable. Vuelvo a incorporarme y entre las muchas cosas que podía haber hecho o dicho, opto por girarme y camino hacia la plataforma trasera, donde hace un poco más de fresco y el aire acondicionado no calienta tanto. En la cafetería, los pasajeros conversan o leen el periódico. El tren avanza por la terrible estepa castellana, al galope, con un pesimista asomado por la ventanilla, entre el coche diez y once. Quizás en el hotel, cuando vea el azulado reflejo del luminoso sobre las cristaleras del edificio vecino, consiga relajarme. Tal vez.





miércoles, 9 de octubre de 2013

El alma del violín

              Para Sheila

“La noche del 18 de noviembre de 1999 (3h 8m hora oficial), basándose en la distribución de partículas eyectadas hace 100 años por el cometa Tempel-Tuttle. Según informaron varios observadores españoles, las Leónidas no decepcionaron en absoluto y colmaron todas las expectativas que en ellas se tenían puestas. Un máximo muy corto pero intenso se pudo observar desde Europa sobre las 2h de Tiempo Universal. En aquellos momentos, una tasa por hora de miles de estrellas fugaces cayeron del cielo.”

           Esa noche yo estaba allí, con mi viejo renault 21, en un campo de naranjos al norte de Sagunto: corroboro completamente el informe que acabo de citar facilitado por Wikipedia. Hacía mucho frío pero nunca he vuelto a ver nada igual.
 El sábado me dirigí con un coche un poco más nuevo muy cerca de aquel lugar. Llegué al atardecer. Pude aparcar al final de un camino flanqueado por cipreses. Una lechuza se posó en un pretérito poste que sostuviera antaño los cables del teléfono. Revoloteó un rato para situarse seguidamente más cerca de mí. Finalmente, cuando la noche caía, desapareció. Ante los negros pero nítidos perfiles en el horizonte del anochecer, quiso también una araña de considerable tamaño columpiarse colgada de uno de los cipreses. A continuación merodeó un gato, pero ya no supe de él. A lo lejos, muy bajas sobre el horizonte, las luces de la ruidosa Valencia. Ciudad que, vista desde la distancia, se me representó como a Sabina el Madrid de los ochenta: lugar donde siempre regresa el fugitivo.
Hace un par de años leí en un libro de música unas frases cuando menos curiosas: “En el interior de la caja se encuentra el alma del violín... Tanto el alma como la barra armónica cumplen dos funciones: ser soportes estructurales (el violín sufre mucha tensión estructural) y transmitir mejor los sonidos dentro de la caja de resonancia…”
           En la plácida noche de otoño, acompañado por la lechuza, el gato y la araña lo que buscaba quizás, mirando un rato hacia el sureste, donde resplandecía Júpiter y otro hacia el noroeste, donde ya declinaba Vega, era el alma de los cielos nocturnos que aquella remota madrugada de noviembre vislumbré: los pobres mortales también padecemos, como el violín, mucha tensión estructural.
 

sábado, 28 de septiembre de 2013

El corredor


Aunque fuese domingo por la tarde, y el domingo ya se sabe, se está como de guardia, a la espera de lo que deparará el terrible lunes; salió a correr un rato. El sol se aproximaba a las terrazas de los edificios. Como siempre, llegó hasta la señal de tráfico de costumbre, le dio una palmada y regresó sobre sus pasos. A la ida se lo había cruzado, y ahora, de regreso, volvió a ver al crío que ya no tenía edad para ir en carrito; demasiado ancho. Apenas si distinguió un bonito corte de pelo, bien peinado por su madre con la raya a un lado. Debía de ser un niño guapo. Una criatura que miraba hacia el mismo horizonte que el corredor: campos y huertos y más a lo lejos, la carretera y la ciudad.
El deportista siguió su camino y dejó atrás al niño con la raya al lado. Y un cansancio infinito le sobrevino por un segundo. Creyó que se detendría, que se pararía allí mismo y que no podría correr nunca más. Pero sin saber por qué, continuó con su carrera, completó el recorrido, se duchó y cenó. Y poco antes de la medianoche sostuvo en sus brazos a otro niño al que le mostró sobre el horizonte la triste luna menguante del recién estrenado otoño.

 

miércoles, 28 de agosto de 2013

Emoción

       No sé si será bueno que me siga sorprendiendo por frases que otros ya conocían desde hace tiempo. Como dije para otra ocasión en que alguien recriminó mis dudas, tan sólo puedo responder: “será quizás un signo de juventud”.  
    Una mañana más escucho la radio, que es casi mi única fuente de información. Al igual que para los antiguos la transmisión oral es la que hace la leyenda, la que crea el mito y provoca que en el rostro del conductor atribulado despunte un gesto de sorpresa o de emoción. 
    Citaban a Sócrates, curiosamente no al filósofo, que hubiera sido lo normal, sino a un futbolista que se llamaba como el sabio griego. Aquel deportista que encantó a los niños en el verano del 82, afirmó mucho antes de morir: “No jugamos al fútbol para ganar, sino para que se acuerden de nosotros.”

 

 

lunes, 19 de agosto de 2013

Del latín iacere

Hay poses o actitudes del ser humano que han dejado huella en la historia del Arte: el pensador de Rodin o el paseante solitario de Rousseau. Es bien sabido que al yacente se le asocia con la figura del Cristo, pero el diccionario de la Real Academia de la Lengua también tiene un hueco para la persona que está echada o tendida.
El yacente es pues, entre otros muchos supuestos, aquel que se ha despertado y que no puede o no quiere levantarse o, por el contrario, el que se ha acostado y todavía no se ha dormido o está a punto de hacerlo. Dependiendo de la hora y de la estación, el que está tendido o echado contemplará un cielo azul a través de la ventana, si quiso reposar un poco después de haber comido. Si es antes del alba escuchará el tranvía lejano haciendo el primer recorrido para transportar a aquellos que madrugan más que él. Si el otoño llega cargado de tormentas, percibirá sin duda las gotas de lluvia estrellarse contra la persiana, golpeando como si llamaran desde el más allá.
Pero si el estado es de duermevela, la asociación de ideas que haga el yacente ya no será consciente, obedecerá a otro tipo de conexiones: así un tañer de campanas le llevará a una hora remota y a una ciudad distinta de la que ahora habita, siendo su sorpresa mayúscula cuando regrese al estado de consciencia y compruebe el fabuloso viaje que por unos minutos, o quizás segundos, ha realizado.

 

lunes, 5 de agosto de 2013

Viento siroco

     Contemplo el secarral bajo los efectos de un nespresso: what else? Pregunta aparentemente banal. Como a Cesare Pavese a las afueras de Turín, este universo tórrido y solar me remite al pensamiento (una vez más) de la nada, de la desesperanza. Me consuela recordar que hace dos semanas me hallaba en una pequeña playa de difícil acceso, rodeada de pinos, donde las olas rompían y, por un momento creí empuñar el viejo revólver de Meursault. Pero no, no estaba en la playa de Orán, ni había árabes con quien discutir.
     Días más tarde, el viento del sureste me atrapó en un faro cerca de Peñíscola. A lo lejos, la silueta del castillo reverberaba sobre el mar como un cuadro imposible y azul de Magritte. Quisiera desenmarañar, a la manera de Proust, qué significan todos estos símbolos que parecen estar diciéndome algo.
 What else? (Otra vez)
 Nada, solamente luz y calor.
           

domingo, 4 de agosto de 2013

Profano

Al igual que con un ser humano, sorprende descubrir el aspecto desconocido de una palabra: rasgos de una personalidad que nos habían pasado desapercibidos. Alguien que un día determinado nos sorprendió con una actitud jamás vista hasta ese momento. Y nos alegró o nos decepcionó. Es así que supe hace poco que la palabra profanum significó “el que está delante o permanece fuera del templo”. De fanum viene fanático y fanatismo.
Mientras tiendo la ropa en la terraza en esta amable mañana de marzo y una gaviota pasa sobre mi cabeza, me dejo llevar por su vuelo y por las sugerencias que la etimología ha hecho nacer en mí, intento permanecer delante del templo. Haber estado o haber sido (si se me permite la expresión), ante el templo de la Concordia cerca de la ciudad de Agrigento, por ejemplo. Esa es la magnífica pose a la que  aspiro, bajo un sol de verano, con los vencejos revoloteando por encima de las columnas medio derruidas, como símbolos de una clarividencia que quizás antaño nos abandonó pero que sin duda ha de volver.

martes, 30 de julio de 2013

Argos

     Desde la terraza del cine de verano veo ya las habituales estrellas que acompañarán mi insomnio. Astros apenas incipientes sobre la línea del horizonte a los que, muy a mi pesar, sorprenderé en su ocaso. Estoy cansado, exhausto tal vez, pero sé que no dormiré. Como Argos Panoptes, el gigante de mil ojos, recuerdo otras noches lejanas: en las termas de Caracalla, a las afueras de Roma o en la Arena de Verona. Debería recrearlas y como buen insomne escribir sobre el tiempo en que dormía y las habitaciones en que me despertaba, pero ni eso me permiten los mil ojos que todo lo escrutan.

viernes, 5 de julio de 2013

A las puertas de Asia

   Viajar en verano conlleva una serie de penalidades que van en aumento si el recorrido es por el Mediterráneo. Al penoso proceso de facturación de equipajes en los aeropuertos seguirán las dudas razonables sobre el destino de estos, para por fin encontrar en las ciudades escogidas muchedumbres de turistas que como yo buscan un lugar al sol.
    Sin embargo hay momentos, instantes, segundos quizás que justifican todo el ajetreo. Llegué en barco a Atenas la mañana del catorce de agosto. Desde el mar, cientos de lucecitas destellaban en las terrazas de los edificios. El regateo con los taxistas que habían de llevarme al barrio de Plaka se sostuvo con mi pobre inglés, pero al final hubo acuerdo. El mediodía llegó y el dios Apolo lograba colarse por las telas que a modo de toldos había instaladas en la puertas de bazares y restaurantes. Me senté a comer de espaldas a la calle sintiendo el rumor y el calor de decenas de personas que deambulaban por los estrechos espacios que mesas, sillas y multitud dejaban expeditos. De repente, un vendedor exclamó algo, su voz se levantó sobre el resto y un escalofrío recorrió mi alma: no estaba donde realmente estaba sino miles de kilómetros más hacia el este.
    El grito me condujo a mi trayecto de los días anteriores. ¿Fueron quizás las cúpulas de san Marco, en Venecia? ¿Fue la exposición de arte bizantino en Corfú? ¿Fue el descubrir en Bari que san Nicolás era de origen turco? ¿O simplemente el regateo por el precio con los taxistas? ¿Qué fue lo que provocó que la llamada de aquel mercader me transportara tan lejos? Sin duda lo pensaré durante un tiempo.
 

 

sábado, 4 de mayo de 2013

Algún día

    En mitad de la calle detuve un taxi. Indiqué al chofer la dirección y me quedé pasmado mirando el tráfico y revisando mentalmente todas las cosas que había hecho durante el día, las que me quedaban pendientes y las que todavía haría. 
    Hacía tanto tiempo que no recorría esta avenida que me sorprendieron sus tres carriles en un único sentido. Niños saliendo del colegio con bocadillos en la mano, niñas con faldas de cuadros. El paso veloz del vehículo en el cruce con otro gran bulevar. Ya queda menos. ¿Lo llevo todo? Sí, lo llevas todo. Presta atención al salir del taxi no vayas a dejarte la cartera o un billete de cincuenta. Todavía te queda alguno. Otro mensaje en el móvil. Esto es el cuento de nunca acabar.
     De repente el taxi se aleja, me quedo quieto en mitad del asfalto y como un milagro, como un recuerdo intenso de ese verano que no quiere concluir, la superficie mágica del mar. 
    Lo habías olvidado: como concepto y como realidad. No viniste para contemplarlo, ni siquiera te acordabas. Llegaste para realizar un penoso trámite pero te has encontrado ese premio, el aire en la cara proveniente del mar. Tu única patria, tu casa, tu hogar. El mar, la mar. Tantas tardes en su orilla tenían que regresar algún día.
 

viernes, 26 de abril de 2013

En el camino

      Asuntos en apariencia banales pueden no serlo para quien realmente tiene ganas de conversar, de hablar sobre lo que sea, de desentrañar la esencia del mundo a partir, por ejemplo, del nombre de una hamburguesa: Samuel L Jackson y John Travolta en una antológica escena de Pulp Ficition discuten sobre el cuarto de libra de McDonald’s que en París se llama Royal Cheese. Esas pequeñas diferencias entre los Estados Unidos y Europa fastidiaban a los dos asesinos sofistas.
      El centro del mundo puede estar en cualquier lugar y desde la magdalena de Proust raro es quien no ha experimentado esta sensación de formas muy diferentes.
      El sábado pasado me vi obligado a cenar en un McDonald’s, en el entorno de un maravilloso centro comercial, donde comprendí que mucha gente pueda sentirse feliz. La chica que estaba detrás del mostrador era más bien bajita y llevaba unas gafas que bajo la gorra con visera le daban cierto aire intelectual.
     Hacía años que no entraba en la cadena de restaurantes de comida rápida. Quise hacerme el listo y pregunté si todavía cocinaban las patatas extra de luxe. En seguida me di cuenta de la exageración y recordé que eran simplemente “de luxe”: sí, por supuesto que las hacían. Pedí varios menús con tal rapidez y destreza que  casi no me reconocí.
     Cuando pude sentarme y unté las patatas fritas en la tarrina de salsa, me vi diez años atrás, frente a la nacional 340 a su paso por Vinaroz, un viernes a mediodía mientras soplaba el viento del sudeste; el que viene de Peñíscola y hace que las tardes de verano sean en aquella zona más llevaderas. Terminaba mi semana laboral y regresaba por fin a casa, pero como en el poema de Cavafis en el fondo pedía que el camino fuera largo, mientras miraba a través de los amplios ventanales los camiones que cruzaban la línea del horizonte hacia Barcelona o Valencia.
 
"- Y la whopper, ¿cómo la llaman en París?
- No lo sé. Nunca he estado en un Burger King."
(fragmento de diálogo de Pulp Fiction)



 

viernes, 19 de abril de 2013

Halcón peregrino

     Ante el juez que me condene por necio o descuidado no podré esgrimir la defensa de que no lo vi venir: su vuelo perfecto se anteponía desde hacía varias semanas a la espigada silueta del Hilton, mientras rasgaba con una amenaza el luminoso horizonte del inicio de año.
      Seguro de que al final vencería no se inmutaba ante mis palmadas o aspavientos, impertérrito en la cornisa vecina. Llegó con un plan asesino desde las montañas colindantes, al norte de Valencia. Nunca creí que lo hiciera.
      La terraza llena de plumas amarillas y en la jaula la cabecita de un canario, dan cuenta de su salvaje festín, ave inclasificable y despiadada.
 

viernes, 12 de abril de 2013

El escritor errante

          La 2 emitió la noche del viernes diez de diciembre una entrevista íntegramente en francés, sin subtítulos siquiera, al autor de Lolita. Frente a él un jovencísimo Bernard Pivot. Preguntado Nabokov por qué lengua era en la que todavía  se sentía más cómodo y, a pesar de haber escrito casi toda su obra en inglés, el ruso errante que finalmente eligió Suiza para vivir porque no podía soportar los países donde el correo (ordinario, el de La Poste, el de Correos) no funcionara bien, afirmó en un francés conjugado en passé simple, que la lengua de sus ancestros era la elegida.
Marcello Mastroianni, en el papel de Romano en Ojos Negros de Nikita Mikhalkov, atraviesa las inmensas llanuras rusas a bordo de un carromato tirado por un caballo. Al amanecer, entre la bruma de los bosques y casi dormido, cree escuchar la voz de su madre que le canta una nana. Cuando los hombres viven destierros obligados o voluntarios siempre recurren a la lengua materna, o quizás es ella, que se impone silenciosa como vestigio de nuestro ser primero y más auténtico.
Un muchacho que me observa al esbozar estas notas, me pregunta:
-          ¿Qué haces?
-          Nada,  apunto cosas que no se me tienen que olvidar.
Nabokov escribía con un lápiz bien afilado.

miércoles, 3 de abril de 2013

Nadir

             Cuando está nublado o hace mucho frío y no me apetece subir hasta la azotea, extiendo el brazo y cojo el móvil que, olvidado, reposa sobre cualquier superficie amueblada de la estancia. Aparece entonces un bonito icono con el nombre de google sky maps sobre una luminosa pantalla. 
    Lo toco con el pulgar derecho, como si este fuera una extensión de mi cerebro, y dirijo entonces el artilugio hacia las alturas. Por un instante se queda a oscuras, pero apenas pasados unos segundos comienzan a aparecer sobre el pequeño rectángulo rutilantes puntitos con un nombre debajo que indica las estrellas, constelaciones y planetas que en ese momento hay en el cielo. 
    Dirijo el teléfono hacia el oeste por ejemplo, y allí está la bola anaranjada de Marte, casi sobre la línea del horizonte, y me digo: “un día tendrás que salir a un lugar despejado con los prismáticos colgados al cuello para verlo de verdad, esto no puede seguir así”. 
    Continúo hacia el este, y voy orientándolo hacia abajo hasta que con mayúsculas se lee "NADIR". Curiosamente ocurre que cuando llego al punto opuesto al cenit doy un respingo y aparto mi mirada de él.
Y divago entonces con la pregunta de si no seré yo un ser supersticioso, educado en los viejos libros impresos del siglo XX o en antiguas lecturas del  poema de Dante, extrañado y desconfiado ante estos omniscientes, prometeicos iconos que consiguen mostrarnos lo que no podemos ver.
 
           

sábado, 23 de marzo de 2013

Turkish airlines

     Si soy puntual o metódico, cada mañana el mismo mensaje publicitario que da la radio me acompaña justamente en idéntico tramo del camino. Cuando la gran ciudad va quedando atrás una suave voz femenina canta en inglés: me quedo con “lovely” y la imaginación recrea un patio lleno de naranjos y una bailarina agita una pandereta, mientras cae una suave lluvia de pétalos de rosa. 
    Ya se puede viajar sin escalas desde Valencia a Estambul. 
    Y me veo en ese hipotético día en que me dirijo a la agencia de viajes para contratar el vuelo y el hotel; o quizás a la luz de una amable lámpara haciendo la reserva por internet con la tarjeta de crédito preparada encima de la mesa; y desde la ventana del hotel contemplo el gran templo de Santa Sofía y el Bósforo. Asia y Europa en una mirada. Y en quién me acompañará en ese viaje. 
    Pero un coche se cruza para abandonar la autovía en la siguiente salida, me hace frenar e imagino las tres luces rojas de mi vehículo vistas desde atrás. Un ligero fastidio me habla de que habrá muchos inconvenientes para volar a Estambul, que la indolencia me vencerá y que ni siquiera iré a renovar mi pasaporte, y quizás nunca contemplaré las aguas del Bósforo desde la habitación del Four Seasons Istanbul.

viernes, 15 de marzo de 2013

¿Por qué se siente más frío antes del amanecer?

     La velada transcurrida a la luz anaranjada de un farolillo fue cálida, llena de conversaciones y de reencuentros. El mar te trajo el sonido de las olas rompiendo contra la orilla. Sentiste toda la calidez del verano hasta que, fatigado, te tumbaste en la cama sin ni siquiera despegar la sábana para cubrirte. 
    Ninguna sombra oscureció tus pensamientos y todo fue quizás un poco como antaño. Pero poco antes de despuntar el alba, cuando Júpiter y Venus se encontraban a media altura sobre el horizonte, lo que en un principio pareció brisa se convirtió en un viento agitado y prolongado que osó mover las cortinas, acelerando tu corazón y haciendo que tus pies sintieran frío. 
    Fue curioso percibir, en la plenitud del verano, las amenazas del otoño cuando no el desasosiego que te provocarían los madrugones del invierno. Incomodado, tuviste que adoptar la pose de un gimnasta y arquear tu cuerpo para levantar la sábana que horas antes, despreocupadamente, habías dejado intacta.